Pequeñas historias, cuentos, anécdotas o relatos para contar a mis nietos. Para: Laura, Elena, Carlos, Irene, Max, Enrique, Javier, Elisa, Fernando y Nicolás.

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12 julio 2014

Fé de Vida



     Es un documento con el que estoy familiarizado pues me lo piden con frecuencia para demostrar que vivo todavía y poder así seguir cobrando mis haberes sin sospecha de mis pagadores. Me persono en los Juzgados y tras las formalidades habituales de mostrar mi DNI y pasar el escáner accedo al Registro Civil  donde siempre hay una cola de solicitantes que llena el local. Quince personas me preceden para llegar al mostrador y pedir el documento. Y lo peor es que tengo que estar de pie.

     Advierto enseguida que hay otras seis personas apoyadas en el mostrador corrido, ante la cristalera traslúcida que protege la intimidad de las oficinas, afanadas en rellenar impresos y ordenar documentos y también están delante de mí, con lo que hago el veintidós, el vigésimo segundo. Y comienzo a sudar por el calor y el agobio y al fin me voy adaptando a la situación incómoda con docilidad.

     Por enésima vez pienso que si hubiera dos ventanillas, una normal y la otra para incidencias, los que sabemos a lo que vamos tardaríamos mucho menos tiempo. Ya llevo diez minutos y esto no se mueve aunque detrás de mí se aglomeran otros cinco o seis ciudadanos.

     Comienzo a fijarme en los avisos pegados en las paredes que son diferentes de los que yo recordaba. “Visite la Costa de la Luz” o “Guarde silencio”. Los de ahora, encabezados todos por “CCOO”, están por todas partes, incluso dentro del recinto de oficinas. No se ven siglas de “UGT”. Con los retratos fotocopiados del ministro Gallardón que, con el índice en los labios, advierte “PAGA Y CALLA” o “NO a la privatización de los Registros Civiles”. También veo fotos del presidente Rajoy en las que se lee: “Esto es un regalo del Sr. Rajoy a sus compañeros de profesión, los Registradores de la Propiedad”. Llevo ya media hora de espera y han salido tres personas. Me asusto al mirar para atrás.

     Aparecen de repente unos chicos jóvenes con trajes oscuros y señoritas vestidas de fiesta, de corto, que muestran brazo en alto un impreso junto a su DNI y dicen  vocingleros que el Juez les había citado a las once y ya son y cuarto y pasan todos al mostrador porque se casan. Recuerdo que hoy es viernes y hay bodas civiles.


     Cuando por fin llego al mostrador están las dos funcionarias de siempre, ambas muy activas aunque una de ellas desaparece tras la cristalera  durante algunos ratos. Me fijo en un aviso que desde lejos no conseguía leer: “Hay hojas de firmas para decir NO a la privatización de los Registros Civiles”.  



29 junio 2014

El Lector

       La figura del lector ha tenido una relevancia importante en las antiguas fábricas tabaqueras de Cuba en las que, todos los días, lee a sus compañeros torcedores la prensa diaria y algunas obras literarias. Aparte de una voz clara y correcta pronunciación debería ser culto para interpretar las lecturas y poder responder al final a las preguntas y dudas que le fueran formuladas. Este fenómeno, que logró elevar el nivel cultural de los tabaqueros aunque también sirvió para adoctrinarlos, no se ha prodigado en otras industrias.

            Por lo general, soportamos a lectores corrientes con voces campanudas y monocordes que hacen inexpresivos los textos que pretenden transmitir, sea en el recogimiento de la iglesia o en otras actividades. Y es que los malos lectores, que abundan, se ofrecen gustosos para torturarnos mientras que otros, con hermosas voces y que han leído mucho en la intimidad, se frustran por la timidez.

           

                Hemos sufrido lectores profesionales que anunciaban con monotonía la llegada de los trenes y que nos hacían detenernos y aguzar el oído sin llegar a entender nada. Quién no recuerda aquello de “Tren tranvía, procedente de Valladolid, efectuará su entrada por vía primera segundo andén”. Han hecho bien en sustituirlos por paneles informativos.

            Y es que cuando una voz clara y bien timbrada nos libera del amodorramiento potenciando lo escrito y haciéndolo fluido y atrayente nos invade una profunda emoción.

            Asistía yo hace años a una Misa en un pequeño templo y me debatía entre el aturdimiento generalizado y los esfuerzos por evitar las cabezadas cuando miré sin interés a una señora mayor que se dirigía a su puesto de lectora. En la penumbra de la iglesia todo se iluminó de repente al escuchar con una voz melodiosa la lectura de la carta de San Pablo a los Corintios 13, 1-13. Retumbaban suavemente las palabras que lograban atraer toda la atención de los fieles. “…El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad…”.