Pequeñas historias, cuentos, anécdotas o relatos para contar a mis nietos. Para: Laura, Elena, Carlos, Irene, Max, Enrique, Javier, Elisa, Fernando y Nicolás.

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27 diciembre 2012

Cafés


        Tras la larga estancia en el hospital acompañando a mi mujer, mis hijas me reprochaban que me tomara siempre el café en la cafetería (1.10€), en lugar de extraerlo de la máquina (0.35€), como hacía todo el mundo.










Tuve que darles la razón y, por fin un día, puse la módica cantidad en la ranura, elegí el contenido y me quedé perplejo de la variedad de cafés que podría degustar. Nunca me había parado ante un mecanismo tan complejo para dar gusto a tanta gente. Indicaba hasta la cantidad de azúcar… Cuando la pantallita me informó de que el café estaba ya servido metí la mano izquierda, porque la posición del vaso de plástico de color marrón estaba junto a la pared izquierda, para evitar una peligrosa contorsión. Metí, pues, la mano y tuve que aplicar un ligero forcejeo porque el vaso no aparece suelto en la base  de la máquina. Derramé parte del café y me quemé un poco. Pero al intentar mantenerlo en la mano no podía aguantar el calor. Y es que yo soporto bien el calor en la boca, sin duda por las numerosas veces que me he quemado con la sopa, pero no lo resisto  en las yemas de los dedos. Al tratar de probarlo, con lo que  me quemaba el vaso y se me deformaba por no ser de un material más rígido, no pude evitar mancharme la camisa. Tuve que meter los dedos en el café para tratar de extraer la piececita plana, también de plástico, que hace de cucharilla y el primer trago fue amargo como la hiel por no haber revuelto adecuadamente el contenido y cuando lo hice, como ya había ingerido la mitad del café, el resto resultó demasiado dulce.


         He hecho todo lo posible por dar gusto a mis hijas pero mi próximo café será de 1.10€, con su taza y su platillo, con la bolsita de azúcar que abro con parsimonia y además leo cosas curiosas   sobre el origen del café y me apoyo en un taburete y ojeo la prensa y me tomo un descanso para empezar el día con energía.

Para la Profesora Dª.  Mª. José Trimallez.




04 diciembre 2012

Hospital

        Mi hermano Carlos sufrió un ictus y gracias a sus reflejos para interpretar lo que le estaba pasando advirtió inmediatamente la conveniencia de acudir a las urgencias de un gran hospital.

Foto: Rastrojo - Wikimedia Commons

         El caso es que uno de los síntomas aparecidos por la súbita enfermedad fue la dificultad de expresarse con palabras y para someterse a diversas exploraciones era conducido, encamado, por un celador hasta el lugar en el que lo dejó solo para hacer otras diligencias. Durante la larga espera le fueron entrando cada vez más ganas de orinar y por aquel sitio transitaba muy poca gente, a excepción de personal sanitario con sus batas y pijamas a los que mi hermano se dirigía lastimero con su jerga incomprensible y ellos lo miraban con ojos neutros y seguían su camino.


         Cada vez más desesperado intentaba captar la atención de los sorprendidos sanitarios que de tarde en tarde cruzaban por allí hasta que, por fin, pudo asir del pijama a una auxiliar que pasó muy cerca de su cama, no sé cómo se hizo entender y lo trasladó a un lugar próximo donde le facilitaron los medios para que su angustia se disipara y pudiera esperar pacientemente las pruebas pertinentes.



11 julio 2012

Terry


            Me lo trajeron los Reyes en Santander en un reciente viaje para visitar a mis abuelos, padres de mamá. Me han dicho que es un Golden retriever  con poco más de un mes. Muy juguetón como todos los cachorros, pero no sé por qué papá dijo que también muy llorón. El nombre se lo puso mi papá porque así se llamaban los perros de su abuelo de Sevilla que era muy cazador, como mi abuelo Pepe y mi tito Jaime. Con el jaleo de mis hermanos y todos mis primos que vinieron a conocerlo no lo hemos visto enfadado. Ojeándolo todo, olisqueando y husmeando por todas partes; alternando cortos ratos de idas y venidas, de saltos y coscorrones con largos descansos y siestas prolongadas. Cuando papá lo metió en el contenedor para iniciar el viaje de regreso a casa en coche aullaba y ladraba sin parar y temimos que despertara a todos los vecinos de la torre de Cazoña. Al poco tiempo, sin embargo, se mareó y devolvió varias veces y cayó en un sopor que nos permitió relajarnos hasta llegar a Moulins, en Francia, para dormir.

         Después del segundo día de viaje en el que Terry ya no se mareó y hasta comió y bebió un poco de agua, llegamos por fin a nuestra casa de Walldorf (Alemania) donde se adaptará a nuestra vida aquí y nosotros procuraremos que se encuentre a gusto y le enseñaremos las cosas necesarias para poder entendernos.

         Entre mis hermanos, Max y Enrique, y yo tendremos que enseñarle a que haga pis en un mismo sitio y que sea limpio y juegue mucho pero que nos deje estudiar y hacer los deberes. Lo llevaremos a la campa de la Astor Haus para que corra y aprenda a cobrar piezas de conejos y perdices de trapo, para que cuando crezca y vayamos a Sevilla se queden admirados. Lo más difícil será evitar que se meta en la pista cuando juguemos al tenis.


02 julio 2012

Paseo familiar


        
          Aquel domingo nos reunimos con nuestros amigos y decidimos recorrer el Paseo Nuevo y contemplar el mar. Éramos unos cuantos con algunos niños. Hacia la mitad del recorrido pasamos por una zona en la que había una hermosa terraza y algunos insistieron en que nos sentáramos a tomar algo y así descansar un rato. Yo advertí que todas las mesas próximas al mar estaban ocupadas y únicamente había un par de ellas en el centro y además con unas sillas raras, como de medio huevo, que así a primera vista debían ser muy incómodas. No me sirvió de nada ya que todas las señoras, incluso la mía, decidieron lo contrario. Nos acomodamos como pudimos ante la mirada sonriente de quienes estaban a lo largo y sentados además en sillas normales.

         Apareció solícito un camarero y ni qué decir tiene que todos pedimos cosas diferentes. Que si una cola, que si un rioja, que una cerveza o un zumo. Alguien pidió una leche ni fría ni caliente, sin espuma,  y hasta hubo quien solicitó un café americano. Cuando el camarero regresó con todas las cosas mi hijo Moncho, incómodo como los demás, se apoyó en la mesa para conseguir un cambio de postura y salió todo por el aire.  La mamá de Helena creyó que había sido su niña y le dio un azote que la hizo llorar desconsoladamente y devolver  el desayuno,  y se armó la marimorena ante el regocijo disimulado de las personas que ocupaban los lugares periféricos. Tan confuso me sentí que no recuerdo bien cómo acabó todo pero creo que pagamos y nos alejamos de allí con gesto hosco y algunos lamparones en las ropas. 

20 marzo 2012

Fin de Año en el Cristina

        Acabábamos de tomar las uvas y brindar toda la familia de mi mujer celebrando el Año Nuevo y mi cuñado Fernando Reberdito, subdirector entonces del Hotel Cristina de Algeciras, se vistió de media gala para echar una ojeada al cotillón y me pidió que lo acompañara ya que sólo tardaría una media hora. Las mujeres de la casa me animaron porque sería digno de ver. Así que nos acercamos al hotel que refulgía de lejos como una feria.


          Al entrar en el gran salón me quedé fascinado por el lujo y la alegría desbordada, la elegancia suma, los vistosísimos trajes de noche de las damas que relucían como estrellas. Nos acercamos a la barra y me presentó al encargado de la misma, el Sr. Perea Moya, que no escatimó atenciones para que me sintiera a gusto. Me ofreció una copa de champán y una bandeja de delicias navideñas. Me acomodé en un taburete y disfruté admirando aquella fiesta maravillosa y las simpatías que despertaba mi cuñado entre tantos clientes así como las numerosas señoras que lo disputaban en la pista de baile. Mi copa siempre estaba llena y suponía que, distraído, apenas consumía su delicioso contenido. Pasadas dos horas me sorprendió  Fernando diciendo: --Cuñado, ¿Nos vamos? – Al despedirme del barman y bajarme del taburete comencé a andar como Groucho Marx y casi tuvo que llevarme a rejón hasta el coche. Pero me sobrepuse y volví a andar con desenvoltura. El champán era excelente y el fin de año inolvidable.


13 febrero 2012

La Pieza

Tenía mérito ir en bicicleta a Villamediana de Iregua.  Y es que la guardábamos en un tercer piso y había que bajarla y subirla por las escaleras. El caso es que mi padre se fue a “la pieza”, un terreno sembrado de patatas para el consumo familiar que su hermano Eusebio le cuidaba a cinco kilómetros de Logroño. Mientras pedaleaba iría pensando en muchas cosas. La primera – supongo – que tanto viaje para traer ocho o diez kilos de patatas. Pensaría en la época en la que trabajaba en las Bodegas Franco-Españolas o en sus trabajos actuales en la Fábrica de Tabacos o quizás en los dos coches que tenía en “el punto” con su hermano Tino. El “Nash” M-36.000, adquirido para los viajes largos y ahora cerrado por negarse a ponerle un gasógeno; y el pequeño “Ford” para las carreras cortas que necesitaba constantes reparaciones. ¡Qué tiempos!  Mientras miraba los paisajes conocidos recordaría su época de joven de veintidós años conduciendo por París un “Steir” como chófer de la familia Jalón. Y en estos pensamientos se fue acercando a “la pieza” cuando descubrió a un gitano que se le había adelantado. No era un hombre violento pero montó en cólera y logró requisarle la afilada navaja con la que extraía las patatas.

         Mi hermano Carlos que guardó durante años la navaja y que la venía usando como delicado abrecartas me ha enviado una foto de la misma.




09 febrero 2012

Gatos

        
         Mi abuela tenía un gato con las orejas de trapo… No, esto no es. Que mi abuela Isabel tenía un gato que se llamaba “Pirracas” y ronroneaba a los pies de mi cuna de bebé y todos le decían a mi madre que tuviera cuidado con el gato porque podría atacar al niño, pero “Pirracas” siempre veló mis sueños primeros y será por eso que me gustan los gatos. No es que no me gusten los perros, pero los gatos son independientes  e inquietantes y nos miran de frente y hacen que desviemos la mirada porque no olvidamos que son felinos y ahí queda el temor de que no les guste nuestro gesto y salten de repente y nos tiemblen las piernas.

         Pero es que los gatos son suaves, silenciosos, tiernos y juguetones. Son ágiles, fuertes, inteligentes y refinados y además son muy limpios. Tienen poses fotográficas y en invierno se adormecen bajo los coches recién aparcados para disfrutar del calor de los motores.

         Andan solos o en grupos y son condescendientes con los niños y con los viejos y sólo los ruidos repentinos los dispersan como rayos y les ponen en riesgo grave al cruzar las calles.

         Además, sus pelajes pueden ser blancos o negros, canela, lila, miel, azules o rojizos; y sus ojos,  redondos u ovalados y algo oblicuos, verdes, azules o incluso rojos, y hasta de dos colores, lo que creo que se llama ojos dispares. Sí, los gatos son únicos y me gustan.



26 enero 2012

Petardos 2

      De pequeño, mi hermano José Luis también fue muy aficionado a la pirotecnia. En verano las puertas de las casas estaban abiertas de par en par  y  Chelís consiguió un petardo de esos que tienen palo, subió con él a casa de la María en el cuarto piso,  accedió al balcón de la cocina y en uno de los tiestos colocado en un hierro circular lo hincó como pudo en la tierra y le prendió la mecha dándose a la fuga con vertiginosa rapidez. Salió disparado el temible artefacto y en plena ascensión hizo un extraño giro y se metió por la ventana de la escalera, siguiéndole una estela humeante y ruidosa.






         El señor Braulio, dueño de la casa, ascendía tranquilo hacia el segundo piso cuando se encontró de bruces con la humareda chisporroteante y en un momento, pegado a la pared, cambió su aspecto venerable por una mueca acartonada, temeroso de que se hundiera su propiedad, cuando la inesperada amenaza hizo al fin explosión bajo sus pies con horroroso estampido  que le dejó sordo y tembloroso, sin acertar a meter la llave en la cerradura.


Petardos

      En 1938, en el recientemente rebautizado El Ferrol del Caudillo, Manolín jugaba en la calle como otros muchos niños, a pesar de la guerra, y disfrutaba con los pistones detonadores en tiras de cartón que se raspaban sobre las paredes de piedra de las casas y producían un ruido endiablado. Pero la obsesión de todos eran los petardos cuya venta estaba prohibida por la alarma que provocaban y por el riesgo que entrañaba su manipulación.

      Solía venir todos los días por aquel entonces un avión rojo a bombardear la ciudad y previamente sonaban las sirenas y hacían que todos los chavales se precipitaran a sus casas o a los más próximos refugios.

     Pero aquel día Manolín descubrió un petardo sin estallar y lo guardó gozoso sin compartirlo con los demás y lo llevó a casa corriendo. (Aún no había aparecido  el Polikarpov “Natasha” que hacía una incursión rápida, en el intento de sorprender a los antiaéreos de las fuerzas navales de la Base, soltar  su carga mortífera y desaparecer en el cielo de Galicia).  Muy excitado, le dijo a su madre que tenía hambre y ella se alegró y quiso prepararle una tortilla de patata y cuando se agachó para coger las patatas del saco él  echó el petardo en la lumbre y su madre se volvió hacia la cocina, se oyeron las sirenas, explotó el petardo y ella se cayó al suelo de espaldas horrorizada por lo que creyó que les había alcanzado la bomba del avión. Cuando se rehízo del susto mortal y cayó en la cuenta del autor del atentado se quitó la zapatilla y persiguió implacablemente a Manolín dejándole durante años la marca del fabricante en las posaderas.

Procesión

      Teníamos que trasladar de casa de mi suegra a la de mis cuñados María y Manolo una estatua de San José y el Niño, ambos de pie, con vara de nardo incluida, y el primero de más de un metro de estatura. Aunque nos parecía una imagen demasiado grande para albergarla en un piso la recordábamos allí, sobre la cómoda, en ese o en el anterior de la calle Real. Mi suegro la tenía en mucha estima desde que residiendo en La Marina durante la guerra uno de los bombardeos del “Jaime I” acertó en su casa, partiendo en dos la cómoda y ni siquiera rozó al San José.

      No sé ni por qué me ofrecí a tomar parte en el traslado aportando mi modesto seiscientos. Sería porque estaba de vacaciones y los chicos, alborozados, me convencieron como intuyendo algún episodio jocoso. Me acompañaban, pues, Javier y sus hermanas y no sin dificultad conseguimos meter en el ascensor la preciosa carga. Como era verano el coche estaba donde lo pude aparcar y al salir del portal llevábamos entre todos al San José con el Niño. Algunas ancianas devotas, sorprendidas, comenzaron a acompañar a mi sobrino que, con voz alta y clara, inició el piadoso cántico de “Corazón santo”. Entre la vergüenza y los sudores por el peso de la imagen se me escurría esta y no veía el momento de llegar al coche, acompañados ya por las viejas beatas que iban formando un nutrido grupo procesional.

      Trastornado por la inesperada situación conseguí, con la ayuda de mis risueños acompañantes, colocar al Santo en el asiento trasero, entre las niñas, mientras las pías y confundidas señoras se santiguaban y agitaban los brazos ante el arranque del seiscientos que derrapaba poniendo tierra de por medio.


Propagandas

      La primera propaganda que recuerdo, siendo chaval, miraba con mis amigos Carmelo y Luis una de las revistas ilustradas que enviaba de La Argentina su hermano Emilio y nos sorprendían los anuncios a toda página. Un hombre de mediana edad, al parecer jugador de polo, aseguraba: << La primera impresión es duradera, por eso uso Lanolive>>. Intuíamos  que la crema citada mantendría el perfecto afeitado de aquel avezado deportista.

         Aún más chico, recuerdo las pretensiones de casi todas las mamás de aclarar el pelo a los niños con la ilusión de que las negras cabelleras se tornaran rubias. “Camomila Intea” era el producto mágico que lograría el prodigio. Siendo ya un hombre, me dirigía en Santander a hacer alguna gestión en “El Diario Montañés” cuando tropecé con los “Laboratorios Intea” cuya contemplación me llenó de gratas sensaciones infantiles.

         Otra propaganda que recuerdo, no escrita y supongo que barata, era un invento de mi cuñado Manuel Pozo que, al promocionar una empresa de seguros/decesos, hacía dar vueltas a una camioneta llena de fieles colaboradores alrededor de la Plaza Alta de Algeciras al grito unánime de << ¿Quién pita? ¡La Preventiva! >>, seguido de una pitada estridente y ruidosa.

         Pero una de las propagandas más sutiles y que me enganchó de joven a la empresa fabricante de camisas “Arrow” fue el añadir a las prendas, en delicada letra inglesa y a la altura de la bragueta, una etiqueta que decía simplemente: “Have a nice day”. 


Publicado en “Cuentos alígeros” de Editorial Hipálage.



Invisible

      Reconozco que me ha costado mucho conseguirlo. Casi toda la vida. Y han sido años de esfuerzo y tensión, de mantener las buenas maneras, de saludar sonriente y de ceder el paso y el asiento a las señoras y a los mayores.

      Pero aunque sentadas las bases hace mucho tiempo, fue a partir de mi jubilación cuando comencé a comprobar los resultados. Ya la gente con la que había tenido contacto laboral dejaba de saludarme, especialmente aquellos a los que había hecho manifiestos favores. Y en los bares podía permanecer un largo rato ante el mostrador sin que parecieran advertirme y si pasaban la obsequiosa bandeja ni se detenían ante mí.

       La convicción definitiva surgió esperando a mi mujer, que había entrado en un comercio. Paseaba por la acera de una calle céntrica y totalmente vacía cuando, de repente, apareció el coche de mi nuera a la que acompañaba mi nieta mayor y, a pesar de mi costumbre, las vi pasar con estupor ante mis ojos. ¡Lo había logrado! ¡Había conseguido hacerme invisible!

      Eso sí, habré de extremar los cuidados en los pasos de cebra pues si cuando era visible no se detenía nadie ahora podría serme fatal.






Publicado en “Cuentos alígeros” de Editorial Hipálage.