Pequeñas historias, cuentos, anécdotas o relatos para contar a mis nietos. Para: Laura, Elena, Carlos, Irene, Max, Enrique, Javier, Elisa, Fernando y Nicolás.

Traductor

29 diciembre 2008

Tomasito

Disfruté de su amistad durante muchos años. Era un hombre jovial y comprensivo y contaba los chistes como nadie. Te lo encontrabas en la calle y te decía: “¿Sabes este que…?” Y ya no parabas de reír hasta que te despedías. Una vez asistí a una cena en “Premier”, pues había venido un riojano amigo nuestro que tenía fama de saber muchos y aunque Tomasito al final tuvo que echar mano de su agenda secreta que desvelaba muy pocas veces, cuando ya no le respondía la memoria, ganó a su oponente y salimos de madrugada con los ojos llorosos y las mandíbulas desencajadas.

Aun estando lejos seguía unido a su Sevilla natal viendo diariamente Andalucía Televisión. Carmelita, su mujer, sevillana como él, ha mantenido el duende de la tierra y su hija mayor tiene una academia de Sevillanas.

Luego llegó la enfermedad implacable, ya muy mayor, y se fue sonriendo como había vivido.

Hace pocos días recé emocionado ante su cadáver y me llenó de ternura que se llevara en la solapa la insignia del Betis.

Yo deseo a Don Tomás Alonso Perlacia que goce allá arriba lo que nos ha hecho disfrutar a todos y se gane pronto con su gracia el puesto de contador de historias.

18 diciembre 2008

Chasquidos

Hacía poco tiempo de mi delicada operación cardiovascular en Valdecilla y comenzaba a dar cortos paseos. Ese día estábamos con mi hija Arantxa y mi nieto Fernando que entonces andaba con pasos inseguros. Mi mujer y mi hija se sentaron en un banco del parque que hay junto a su casa y yo seguía al niño, que comenzaba a alejarse con cierta celeridad, hasta que se tropezó y se cayó al suelo. Aunque yo no debía hacer movimientos bruscos todavía, me incliné para atender al niño y, de repente, sentí un chasquido que me heló la sangre. No me atrevía a levantarme pensando en sabe Dios qué averías se habrían producido dentro de mí. Tal vez el marcapasos… Pero recordé que yo no llevaba ese importante artilugio y además no sentía ningún dolor. ¡Qué cosa tan rara! Mi hija acudió con presteza al suponer que algo andaba mal y yo tenía sudor en la frente. Se lo conté como pude y se quedó de un aire. Instintivamente, mientras me incorporaba, metí la mano en el bolsillo del pantalón y saqué la tarjeta de plástico del autobús que se había partido por la mitad al tropezar de repente con las llaves.

Nos echamos a reir y se lo contamos a mi mujer que se rió largamente con nosotros.

05 diciembre 2008

Semana Naval

En Septiembre de 2005 se celebraba en Santander el I Festival del Mar de grandes veleros y se dijo que más de trescientas mil personas visitaron los buques. Uno de los que más atraían las miradas sorprendidas de los visitantes era el buque-escuela ruso “Kruzenshtern” pues, aparte de la visita como los demás, ofrecía en aquella ocasión, por un módico precio, una travesía de un día entero en el majestuoso velero. Eso sí, a un número limitado de personas, porque sus más de doscientos tripulantes no dejaban sitio sobrado para albergar a mucha gente. Se requerían aficionados al mar y que no se marearan, pues no se trataba de un corto paseo en “Los Diez Hermanos” o “Los Reginas”, las lanchas que habitualmente recorren la bahía, especialmente en verano.


Todo el mundo pensaba que reunía las condiciones. Y así, después de lograr con más o menos tretas los anhelados pases, mucha gente disfrutó de la ansiada travesía en el soberbio bergantín.

Amaneció un día oscuro y plomizo, con chubascos y vientos que obligarían a elegir prendas más propias de la zarzuela “Marina”, para protegerse de los rigores no contemplados cuando se inscribieron. Cuando subieron a bordo se fueron agrupando en la cubierta junto a la Toldilla o el Alcázar, el Combes y el Castillo, alrededor de los imponentes palos. Por cierto el palo mayor del navío medía cincuenta y cinco metros.

Pasaron la mañana admirando las maniobras, torcido el cuello de contemplar el velamen que les protegía en parte de los repetidos chaparrones que barrían la borda, limpiando las consecuencias de los mareos en cuanto el coloso hincó la proa al salir a mar abierto. Había rostros intensamente pálidos de hombres fornidos y aspectos penosos de algunas damas que habían perdido el maquillaje y con los pelos como escobas no parecían sino desear que su loca aventura acabara cuanto antes.

Lo peor era la inmovilidad y el tener que sujetarse como se pudiera para no caerse. Aunque a mediodía, bajo el Combes, comenzaban a subir fuertes olores a guiso que alimentaban los estómagos castigados por las inclemencias del tiempo. Tales olores se fueron extendiendo por todo el buque y casi todo el mundo fantaseaba sobre la suerte de asistir a una comida rusa regada con vodka, cuando de repente se distribuyeron numerosos marineros portando bolsas de plástico con lo que al parecer sería la comida a bordo, pues contenían una botella pequeña de “Agua de Solares”, un bocadillo de mortadela, chorizo o jamón y una manzana, para general decepción. Y nada más consumir el frugal almuerzo se ponía proa a Santander mientras los de popa se refugiaban como podían del frío viento que soplaba de nordeste.




Disfrutaron todos viendo desde la mar los imponentes barcos “Mir”, también ruso, “Talassa” y “Europa” de Holanda, el “Americo Vespucci” y el Portaaeronaves “Príncipe de Asturias”, amén de otros buques de Francia, Gran Bretaña o EE.UU.

Al descender a tierra, las caras un poco ajadas y las sonrisas forzadas eran elocuentes de lo que había sido una travesía inolvidable.

28 octubre 2008

Samuel

Le conocí ya mayor, pero aún mostraba la fortaleza de su complexión. Sonriente y tranquilo, nadie hubiera imaginado que, años atrás, cuando se consideraba despreciado o simplemente desatendido, se trasformaba en un huracán que lo arrollaba todo. Honrado y trabajador a carta cabal, risueño y amigo de la chanza, haría difícil suponer su repentino cambio de actitud ante una inesperada agresión.





Me contaron una visita suya a Hacienda para recabar información sobre sus impuestos.
Estaba el primero en una cola de varias personas y mientras las otras ventanillas atendidas por mujeres permanecían abiertas y atendiendo al público la suya seguía cerrada, a pesar de adivinarse al otro lado a un funcionario de bigote estrecho y gesto displicente leyendo un periódico. Samuel miró a ambos lados, bajó la cabeza y entornó los ojos, cerró los férreos puños y atravesó el leve cristal alcanzando en plena cara al funcionario que, aterrorizado y sangrando por la nariz era zaherido a coro por sus compañeras que aplaudían el que alguien, por fin, le hubiera dado una lección, mientras el guarda de seguridad esposaba a Samuel para calmarlo y le acompañaba hasta la puerta de la calle dejándole que se fuera porque el funcionario agredido se había negado a presentar denuncia o reclamación alguna.

En otra ocasión, en un Centro de Salud, un médico le extendió una receta y aunque él le advirtió que no era esa la medicación que venía tomando y ante la postura intransigente del doctor, se dirigió a la farmacia y cuando allí le confirmaron que no era esa la medicina que él tomaba, volvió como una flecha a la consulta y aunque se le advirtió que estaba ocupado le replicó a la enfermera que si no salía entraría él a sacarlo y temblarían hasta los cimientos. Como a pesar de sus bravatas no acababa de salir, abrió la puerta de un empujón y pegó tal puñetazo sobre la mesa que las recetas volaron por los aires mientras asustado y pálido el médico en cuestión extendía con letra aun más ilegible la prescripción correcta que desde el principio se le había sugerido.

08 octubre 2008

Juramentos

Hace setenta años había un porcentaje elevado de adultos malhablados y hasta blasfemos. Borrachos, trabajadores en oficios duros y gente de escasa formación se expresaban en circunstancias adversas con juramentos y palabras soeces, a diferencia de los “tacos” que salpicaban y continúan salpicando conversaciones escasas de argumentos y faltas de vocabulario.

En aquellos años difíciles los juramentos eran tan comunes que en las estaciones de ferrocarril podían leerse avisos que decían: “Prohibido blasfemar”, en un claro intento de corregir tan malas costumbres, junto a otros de “Prohibido escupir”, pues aunque la gente llevara pañuelos no los utilizaba. Hoy en cambio, gracias a los “clinex”, la higiene urbana ha mejorado mucho.

A aquellos adultos que se expresaban de un modo contundente y brutal cuando algo les contrariaba les han sucedido ahora jovenzuelos vocingleros que, siempre agrupados, ofenden con sus palabrotas cuando beben, cuando ríen y cuando nada les contraría. Pero aquéllos apenas habían tenido acceso a alguna clase de cultura, mientras que éstos están sobrados de ofertas de formación que no han podido dejar en ellos huella alguna.

Pero dentro de lo que suponía de mala educación la práctica de juramentos había quien, sin identificarse con los grupos marginales que constantemente los usaban, destacaba por la novedad de sus expresiones originales que pasmaban al personal. Cuando yo era joven nos fascinaba un personaje, dueño de una fonda, del que se afirmaba que profería los juramentos más originales y retóricos.

Como yo no lo conocía, solicité a mi amigo Enrique Enciso, que parecía conocerlo bien, que me pusiera algún ejemplo de sus inefables expresiones. Buscó, dudoso, algo que reflejara la bien ganada fama del individuo y me dijo que si, por ejemplo, se le fundía una bombilla, exclamaba enojado: “¡Mecagoen la madre del desgraciado operario que moldeó este filamento!”. Comprendí, pues, que todo el mundo le tuviera por original y diferente ante lo burdo, malsonante y repetitivo de la inmensa mayoría.

Pero luego, de repente, fue recordando otros juramentos suyos que los había escuchado en directo o se los habían referido. Me decía que iba una vez por la calle distraído cuando se cayó a una zanja mal señalizada. Cuando logró incorporarse y sacudirse el polvo profirió uno de los más sonados: “¡Mecagoen el Jefe de Obras Públicas, los trabajadores municipales y hasta el Alcalde-Presidente del Excelentísimo Ayuntamiento!”.

Pero el que más trascendió fue el que pronunció cuando se cayó de culo al salir de la misa de una en la catedral. Las grandes losas estaban mojadas y hasta se manchó la gabardina blanca. Cuando se puso en pie lanzó el juramento que estremeció a todos los fieles: “¡Mecagoen el Cabildo Catedralicio, los Canónigos Capitulares y hasta su Eminencia Reverendísima!”.

30 septiembre 2008

La enfermedad del Abad


Cuando el Abad enfermó comenzó a hablar con palabras esdrújulas y su verbo fácil y ampuloso se redujo a respuestas de tres sílabas. Nadie supo explicar por qué no usaba monosílabos.

Si preguntaba o sugería algo obligaba a los interlocutores a hacer esfuerzos mentales para entenderle y no hacerle sufrir. Si decía “Vísperas” nadie sabía si estaba pendiente del oficio divino o pretendía suspenderlo, por lo que fue encerrándose en un mutismo doloroso y sólo se limitaba a responder.




- “¿Ha comido bien, reverendo Padre?” - “¡Bárbaro!”

- “¡Qué frío hace! ¿verdad?” - “¡Gélido!”

- “¿Ha apreciado Vd. el sermón del Padre Elías?” - “¡Óptimo!”

- “¿Qué opina Vd. de Irak?” - “¡Pánico!”

- “¿Qué le parece el nuevo predicador?” - “¡Lúcido!”


Pasado un año, y poco antes de su óbito, solía recitar una retahíla interminable, expresión sin duda de sus pensamientos y preocupaciones.


Áureo ...............báculo ...............cárdeno ...............diácono
Épico ................céfiro .................místico ................clérigo
Éxtasis .............génesis ..............síntesis ................diócesis
Cántico .............síndico ..............tránsito ................lírico
Pórtico .............séquito ..............sánscrito ..............júbilo
Pátina ...............túnica ...............plática ..................cúpula
Órdago .............dígito ................vínculo ..................tórculo
......

31 julio 2008

El Viejo Zangón

Allí estaba él, una vez más, nada más levantar la persiana de mi cuarto, como todos los días, a todas horas. A veces me lo cruzaba por la calle, pero no me conocía a pesar de ser vecino mío desde hacía tiempo. Caminaba despacio como si no fuera a ninguna parte, los pasos inseguros, su pie derecho a la izquierda y el izquierdo a la derecha que a veces se chocaban por la descoordinación; entonces se paraba y comenzaba de nuevo en otra dirección. Si no llevaba nada en las manos las apoyaba en la espalda y miraba a todas partes. A veces las traía ocupadas en sostener sendas bolsas de la compra y entonces caminaba tras su mujer, tan alta como él, pero de pasos firmes y decididos, embutida en un poncho con aspecto americano.

Pienso que no dormía bien, ya que madrugaba tanto que se mezclaba con los dueños de los perros, que esperaban con paciencia a que hicieran sus deposiciones en la hierba del parque que hay frente a la casa. Sí, había un letrero que decía “Perros no”, pero a nadie le importaba. Quizás tuvo perros en una anterior residencia, pues charlaba con ellos y se interesaba por los animales.


Me había tropezado con él en el ascensor en varias ocasiones y había contestado a mi saludo con alguna palabra amable pero estridente, desentonada y poco inteligible, unida a una sonrisa al comentar el frío que hacía o el viento tan molesto. Pero luego, en la calle, me miraba sin conocerme y pasaba a mi lado meneando la cabeza.

Al fin pude explicarme sus paseos y vigilias. Desde muy temprano había aparecido llevando de la mano una de esas correas modernas extensibles que terminan en un perro, pero su distinguida esposa le había hecho un flaco favor. Si me hubiera pedido mi opinión le habría recomendado un perro grande, elegante, tal vez un galgo o un afgano, que armonizara con la estatura elevada de su amo. Pero le había confiado un perro diminuto, faldero, que formaba con su dueño una estampa ridícula, que se le meterá casi siempre entre sus pasos inseguros y será causa de caídas y convertirá sus paseos en una odiosa aventura. La altiva dama del poncho no podría haber mostrado mejor su desprecio por el viejo zangón.

21 julio 2008

Relatos de Tres Cantos

(Cuerpo de texto de 33 palabras)


INVESTIGADOR

Mauro estaba exultante. Había descubierto en su Laboratorio, y consiguientemente aplicado al producto farmacéutico, el sabor más repugnante del mercado, haciendo inútil por tanto que se mantuviera fuera del alcance de los niños.

DIFERENCIAS

Ella no soportaba los ruidos producidos por la máquina de coser, la aspiradora, la centrifugadora o la impresora… Y yo aguantaba lo mismo la afeitadora, la trituradora, la motosierra o el martillo neumático.

GAVIOTAS

¡Ya te lo decía yo! ¡El viento no era normal. ¡Si me desplazaba a una velocidad endiablada…! ¡Y sin esfuerzo!. Juraría que me he dormido durante el viaje… ¡Y estoy en Tres Cantos!

CONFERENCIA

Se quedó asombrado ante las frases vertidas por el conferenciante, pero el auditorio parecía embelesado. Desde el estrado fluía sin cesar la verborrea incontenible y enigmática y escuchaba avergonzado aquella jerga sin sentido.

MADRUGÓN

¡Fiestas de Albelda! A las siete de la mañana me retiré, terminada la música, y a las ocho alegres dianas y campanas dignas de "Notre Dame" me pusieron en pie de un salto.

16 junio 2008

Homenaje a mi padre

Homenaje a mi padre

El 18 de julio de 1936 coincide con mi primer recuerdo de la infancia. Yo tenía cinco años e iba con mi padre a la playa cogido de la mano, pero nada más bajar la pasarela sobre la estación del tren y viendo ya El Espolón, que estaba lleno de militares formados, sentimos como un revuelo de gente que atropelladamente se volvían sobre sus pasos y nosotros también corrimos para volver a casa. Mucho más tarde supe “que había estallado el Movimiento”, esa absurda manera de llamar a la guerra civil que duraría tres años y que nos obligaría a comenzar las cartas con aquello de “Primer año triunfal”, “Segundo año triunfal” y luego “Año de la Victoria”. Y que durante todo ese tiempo Había que evitar el color rojo y yo no entendía por qué muchos militares llevaban sin embargo boinas de ese color.
Mi padre tenía un aparato de radio “Glorytone” con mueble de aspecto gótico. Antes tuvimos una radio-galena como todo el mundo, con sus auriculares, pero servía para una sola persona y era muy difícil de sintonizar. El nuevo aparato era, al parecer, único en el vecindario y por eso, en aquellos primeros momentos de confusión y escasez de noticias, algunos vecinos allegados escuchaban con ansiedad junto a nosotros cualquier información.
Mi recuerdo siguiente, inolvidable también, es de unos golpes apremiantes llamando a la puerta y mi padre dirigiéndose a abrir, conmigo cosido a sus pantalones. Era de noche y cinco personas le apuntaban con sus armas mientras el que estaba en el centro del grupo preguntaba por su nombre y él respondía con calma: “Servidor de ustedes. Pero no creo que para venir a mi casa haga falta ese alarde de pistolas”. A la izquierda, desde nuestra puerta del tercer piso, se veía el Corazón de Jesús en relieve que teníamos junto a la entrada y allí dirigió la mirada por un instante, entre desorientado e incrédulo, quien parecía mandar a los demás. Al mismo tiempo, recuerdo los llantos de mi madre y la repentina aparición en la puerta de Isidoro García, vecino de la calle y gran amigo de mi padre, que aquella noche nos acompañaba para oir el parte y que, sorprendido, increpó al jefe de aquellos pistoleros diciéndole: “¡Pero hombre! ¿No conoces a Jacinto? Pues Jacinto es como si fuera yo, y a mí ya me conoces. Si lo llevas a él llévame a mí también.” Los visitantes, imitando a su jefe, bajaron las armas y el que los mandaba se excusó y dio las buenas noches, retirándose todos en silencio.
Naturalmente, aparte del nombre de mi padre, no comprendí las palabras que se dijeron entonces, pero fue Isidoro quien primero me las repitió, cuando ya fui capaz de entenderlas, ponderándome la entereza y la calma con la que mi padre se había enfrentado a la situación.
Al día siguiente, según me enteré años después, Isidoro supo que los temibles visitantes no pensaban ni haber llevado a mi padre al Gobierno Civil, pues la gravedad de la denuncia que se había recibido exigía su inmediata depuración “por estar interceptando la emisora de Logroño”. La denunciante era una vecina que afirmaba que en nuestra casa se oía Radio Madrid.
Ya de chaval y aún de joven, yendo con mi padre por ahí, en muchas ocasiones nos cruzamos con el personaje, que era comerciante, y nos decíamos adiós. Yo le tenía cierto aprecio al haber sido él y no otro el protagonista de aquella noche triste. A la vecina la saludábamos habitualmente como si nada hubiera sucedido.
Hoy tengo en mi casa aquel Corazón de Jesús. Cuando fallecieron mis padres y nos repartimos los pequeños recuerdos mis hermanos no dudaron en que habría de tenerlo yo.  

Nota: No se permite la reproducción total o parcial de este relato

18 mayo 2008

Tango


(¡Me – quedé – sin – un – amigo…!)




Quiero contarles, hermanos, cómo se pierden amigos:

Los unos porque se mueren; los otros porque se han ido

y no han dejado una huella que rescate del olvido

las eternas discusiones y las frases sin sentido.

Éstos porque ya no beben y aquéllos porque han bebido

tienen el cerebro plano y el hígado emblandecido.

Las noticias trascendentes comento sólo conmigo:

Sea el cambio de moneda o los grandes cataclismos

o la política infame o el infame terrorismo.

Sin cambio de pareceres sólo discuto conmigo,

pero estoy solo y añoro las discusiones de amigos.



07 mayo 2008

Soledades

Acababa de tomar en San Sebastián el expreso Irún-Madrid para casarme. En el compartimiento vacío nos acomodamos una monja y yo. La había ayudado a subir su maleta a la rejilla y me dio las gracias. Se presentaba una noche tranquila que me permitiría descansar para deambular por Madrid, asistir a la boda de un cuñado mío, hermano de mi novia, y seguir un nuevo viaje. Pero al detenerse el tren en la primera estación de su recorrido, antes de haber cogido postura para dormir, entraron dos parejas de recién casados, despedidos por familiares y amigos vocingleros, y sus efusiones posteriores hicieron que la monja y yo saliéramos al pasillo donde ya pasamos gran parte de la noche. Era de mediana edad, delgada y de hermoso semblante, con manos delicadas y una voz suave y cadenciosa. Hablamos de muchas cosas, de los motivos del viaje, de nuestras vidas y de nuestros trabajos y aficiones. Y de la soledad. Yo aún no comprendía esta palabra y he necesitado toda una vida para entenderla. De madrugada la despedí en la estación de Ávila y nos estrechamos la mano afectuosamente deseándome mucha felicidad.

Visitaba en París los jardines de Versalles cuando entre la gente que iba y venía reparé en una señora mayor muy bien vestida, sentada en un banco, ante un letrero a sus pies que me desconcertó: “Deseo conversación”. Sentí no hablar el idioma con fluidez para haber podido entrar en una charla cortés e inteligente y poder colmar el sencillo deseo de aquella dama.

Paseando en Walldorf por los alrededores de la Astorhaus solía ver a una señora alta que venía en bicicleta. Cuando llegaba a la amplia loma de césped se paraba junto a un banco y sacaba de la cestilla delantera una tortuga que depositaba sobre la hierba. Inmediatamente, todos los niños pequeños que estaban acompañados de sus mamás se acercaban a la tortuga, la tocaban, la observaban andar o cambiar de rumbo cuando otros niños interrumpían su marcha arrodillándose frente a ella, y todos preguntaban cosas a las que la dueña contestaba con paciencia infinita. Que qué comía, que si dormía, etc. Cuando comenzaba a refrescar al atardecer, despedía a los niños que iban siendo recuperados por sus mamás, recogía su tortuga, la metía en la cestilla y se alejaba pedaleando despacio con la cara resplandeciente.

26 abril 2008

Complejo de bajito

Tenía complejo de hombre bajito y cualquiera sabe cómo lo había adquirido pues al nacer medía cincuenta y tres centímetros, que está dentro de la media. Tal vez influyera el que pasaba muchos ratos con un tío suyo, zapatero remendón, y se sentaba en una silla minúscula para escuchar sus historias. Pero pasado el tiempo ese complejo suyo se fue acentuando. En las fotos de la escuela se ponía en el fondo con los demás pero no se subía en el banco como ellos, resultando pequeño entre los de su misma estatura. Y luego en las fotos de familia se las ingeniaba para situarse entre sus hijos siempre a un nivel inferior. Utilizaba un silloncito para leer y en la mesa le ponían su sillita preferida. “Padre, póngase otro cojín, que no llega a la sopa”, solía comentar su hijo mayor, pero él prefería estar a la altura de sus nietos.

Se había casado con una mujer más alta que él, que no pudo convencerle para que un psicólogo tratara su complejo y su trabajo de relojero no hizo sino afianzar su natural tendencia a las cosas diminutas.

Cuando sus amigos y vecinos estrenaban coches grandes y todoterrenos él adquirió uno de esos que no necesitan permiso de conducir y ya nunca se le veía paseando sino desplazándose en su vehículo, hasta que un día lluvioso su coche fue aplastado por un camión sin frenos.

“¡Cómo ha estirado padre!”, comentaban sus hijos en el tanatorio. Y le encargaron una esquela pequeñita como pensaron que hubiera sido su deseo.

16 marzo 2008

Una noche de hotel

Tenía una cita en una importante clínica oftalmológica de Oviedo y recurrí a la agencia de viajes habitual para que me buscaran un hotel. Me indicaron uno cerca del centro de la ciudad pero suficientemente apartado del bullicio y fácil de desplazarse paseando a cualquier parte. En el plano que consulté en Internet se veía, efectivamente, la proximidad a la zona de la Catedral y demás lugares de mi interés. No reparé, sin embargo, en una doble vía frente al hotel y a la que no di mayor importancia.

Dejamos el equipaje mi mujer y yo y la primera sorpresa fue contemplar con asombro que para acceder del hotel a la zona centro había que superar una cuesta parecida al Naranco. Llegamos a la cima hechos polvo y sin aliento, incapaces de disfrutar con las numerosas placitas y esculturas que salpican la ciudad.

De vuelta al hotel, nos disponíamos a descansar cuando reparamos que la doble vía de circulación próxima tomaba vida especialmente de noche y eran constantes los rugidos de motores. No nos sorprendió que en el pueblo de Fernando Alonso la gente se aficionara a estos alardes de conducción, pero nos impidió conciliar el sueño durante un buen rato hasta que ese ruido de fondo llegó a arrullarnos. Y no fueron los motores los que nos impidieron dormir. En la habitación de al lado iniciaban una conversación al parecer tres personas: dos mujeres y un hombre, aunque éste apenas hablaba. De las dos mujeres una acaparaba la conversación con una voz aguda y risueña y la otra, de voz más grave, solamente asentía o no tenía ganas de hablar a esa hora avanzada. Nos hubiera gustado entender la conversación pues al menos habríamos podido asentir o compartir sus inquietudes y estar de acuerdo con ella porque su suegra se metiera en su vida o acordarnos de su madre porque no la hubiera formado convenientemente en la educación para la ciudadanía. Por dos veces evité que mi mujer se pusiera la bata y saliera al pasillo, abortando así un hermoso sainete. Por fin se oyó como una despedida y se cerró la puerta. El silencio que siguió comenzaba a adormecernos cuando descubrimos de repente que la que se había despedido era la mujer que hablaba menos, pues la de la voz aguda y cantarina comenzó a conectarse con familiares y amigos a través del móvil. Hasta yo pensé en salir al pasillo, seguro ya de que al día siguiente no necesitarían dilatarme la pupila. Me dormí entre chirridos y acelerones y presencié el terrible accidente de Robert Kubica en Montreal junto a la cogida pavorosa de Morante de la Puebla en Las Ventas. Me desperté sudando y con frío. Los ojos bien, pero he cogido un buen catarro.

25 febrero 2008

La Maleta

Antes era más temida y más deseada la Reválida del Bachillerato. Más temida porque había que trasladarse fuera para el examen y por eso mismo más deseada, pues para todos suponía el primer viaje solos y para casi todos el primer viaje de su vida. Un viaje diferente, para hacer algo importante, para poder decir al regreso que al fin se había terminado el Bachillerato.

En nuestro caso teníamos que trasladarnos a Zaragoza, ciudad universitaria de la que dependía Logroño. El caso es que íbamos en el tren y yo charlaba animadamente con mi amigo Antonio Andrés Castellanos en una de las plataformas, supongo que fumando un cigarrillo, cuando un guardia civil joven nos dijo si podríamos echarle la maleta, pues era evidente que pretendía apearse en marcha. Asentimos joviales, sorprendidos de la expresión que había utilizado y cuando aún estábamos procesando este dato, ya aproximándonos a la estación de Casetas, en la que no se detenía el tren o al menos aquel tren, mientras trazaba un amplio círculo y disminuía la marcha, el guardia abrió la puerta del vagón y se deslizó suavemente al exterior mientras boquiabiertos y paralizados asistíamos a la maniobra. Reaccionamos inmediatamente a los gritos del guardia y con la mayor prudencia empujamos la maleta al exterior, temerosos de que el forzado desequilibrio nos hubiera también lanzado afuera. La maleta se encontró en su trayectoria con una de las columnas del tendido eléctrico y se abrió por completo al caer al suelo. La visión fugaz del guardia braceando amenazante mientras el tren se alejaba a gran velocidad nos persiguió durante mucho tiempo.

Años después comentamos que, conduciendo mi amigo y yo por sitios diferentes y aun en momentos distintos, al pasar por cualquier control de la Guardia Civil el corazón nos golpeaba el pecho al pensar absurdamente por un instante en que la persecución del guardia joven había logrado alcanzarnos.

02 febrero 2008

La Noria

Nunca me han gustado los grandes aparatos de feria, pues no he confiado mucho en los rápidos montajes, casi siempre nocturnos, de estos gigantes móviles llenos de luces, excepto si tienen un sitio fijo, en lo que ahora son los parques temáticos, donde el personal suele estar en su sitio y los mantenimientos se llevan a cabo minuciosamente.

Dos de estos aparatos me horrorizan especialmente: las sillas voladoras y las norias. El primero de ellos desde que, siendo chico, fui testigo en la Glorieta del Dr. Zubía de Logroño de una de esas gamberradas aéreas perpetradas por unos soldados que se dedicaban a asustar a las chicas en las alturas, sujetando sus sillas y haciéndolas girar sobre sí mismas lo que, sumado al movimiento giratorio del carrusel, propició varios mareos y posteriores vómitos que pringaron materialmente un área de unos trescientos metros cuadrados de la zona ferial, manchando a unos de restos de chocolate con churros, a los otros de detritos de vino de cariñena y jugos gástricos y a los más de calamares fritos, champiñones con gamba y hasta embuchados remojados con vinos chapuceros convertidos en vinagre.


Lo de las norias fue mucho más tarde. Siendo mis hijas pequeñas me pidieron que las llevara a las ferias para montarse en la noria, que era uno de los aparatos más llamativos, con una altura considerable. Yo me defendí explicándoles las razones por las que no deberíamos montarnos allí, ofreciéndoles otras atracciones como los coches que chocan, los caballitos, etc. Mi mujer se alió con ellas para que cediera por una vez y les diera gusto. Indiqué que el tiempo no era propicio pues estaba nublado y podría llover, pero no pude convencerlas. Nada más empezar nos subieron a lo más alto para ir llenando de gente las barquillas de nuestros antípodas. Mientras, empezó a llover y por tratarse de una atracción eléctrica decidieron desconectar la fuerza por seguridad. La barquilla tenía un toldillo sin duda muy útil para cuando la lluvia cae verticalmente pero totalmente inútil para una lluvia de costado, casi horizontal. Había ciudadanos que proferían gritos amenazantes y la mayoría se acordaba de su madre, de la del dueño del carrusel. Cuando cesó la lluvia nos fueron bajando, entre estornudos y juramentos, chorreando, y nos fuimos yendo a casa para secarnos y no volver a montar jamás en el odioso tiovivo.


20 enero 2008

Mi Amigo Manolo

Cuando pensaba que mi amigo Manolo pasaría el tiempo más o menos entre sus lecturas y sus películas, resulta que hace pocos días me sorprende con una invitación telefónica para asistir a su primera exposición como fotógrafo.

Tiene muchas tablas en esto de las exposiciones, pues desde hace muchos años combinaba su trabajo en la industria de la automoción con su permanente amor al arte como galerista y experto en pintura moderna y ha compartido la emoción de muchos artistas en su primera exposición pública.


Yo he pasado un rato delicioso ante sus fotos y he comprendido las motivaciones de su ejecución. Sus fotografías son producto de la reflexión. Quitando la de las monjitas saltando a la comba, que tomó hace cuarenta años y que recientemente ha sido muy galardonada, o una preciosa de una mendiga en Méjico o la de la escultura de un jefe azteca, las suyas de ahora son fotos de otras fotos a las que mediante la aplicación de sabios colages las potencia y mejora.


Yo deseo a Don Manuel Pérez Sánchez muchos éxitos de crítica y de público a esa edad muy próxima a los ochenta en la que la gran mayoría nos sumimos en el desaliento y en la tristeza, incapaces de pensar que podemos aún crear algo y disfrutar de la vida.

15 enero 2008

La Vuelta

En aquellas lejanas fiestas de Hernani destacaba la subida al Jaizkibel. Toda la organización se caracterizaba por la desbordante alegría y los premios consistían en recibir las txapelas que se exhibirían con orgullo hasta el fin de las fiestas. Porque lo de subir al Jaizkibel no era moco de pavo y hasta el que llegara el último sería un esforzado campeón. A mi amigo Joshe- Mary, Practicante, que tenía un Topolino, le pusieron en el coche un gran rótulo que decía “Médico” y sería por tanto el encargado de velar por la salud de toda la comitiva y resolver cualquier malestar o posible accidente que se produjera. Me daba horror pensar que alguien se pusiera malo en el desarrollo de la prueba y tuvieran que meterlo en el Topolino. Pero Joshe- Mary asumió el reto y se dispuso a colocarse en su sitio con presteza, antes de dar la salida. Su hermano Primitivo, consumado motorista, abría la carrera. La ruta Hernani- San Sebastián-Pasajes-Jaizkibel-Irún y regreso, con unos setenta kilómetros de recorrido.


La carrera discurrió ante el entusiasmo de los aficionados a su paso, a discretas velocidades, y al llegar a San Sebastián se les incorporaron un par de agentes de Tráfico y una ambulancia. Se comenzó por fin a iniciar la subida y Joshe- Mary conducía su vehículo con firmeza y soltura, pero cuando logró coronar la cima ya los ciclistas bajaban a una velocidad endiablada, con lluvia y todo, y se perdían entre la niebla y él hubo de mostrar su pericia pues el cochecito tendía a írsele de las manos y gracias al uso abusivo de una velocidad corta no se quedó sin frenos. La ambulancia, que seguía obediente jerárquicamente al vehículo del “Médico”, hubo de rebasarlo para que su motor descansara después de la incómoda y forzada subida y para evitar llevárselo por delante y llegó el momento en que también se le perdió en la lejanía. Cuando bajó el Jaizkibel no había ni rastro de los componentes de la Vuelta y tuvo que detenerse en una sidrería a refrescar el gaznate y para que su coche se recuperara del esfuerzo mecánico que le había infringido.

Hizo el camino de vuelta desorientado, deteniéndose en todos los semáforos, sin los aplausos ni el calor del público y cuando al fin llegó a Hernani una muchedumbre enfervorizada por el chacolí le aplaudió a rabiar, le sacó del coche y, en volandas, le premió con la txapela de los campeones.