Pequeñas historias, cuentos, anécdotas o relatos para contar a mis nietos. Para: Laura, Elena, Carlos, Irene, Max, Enrique, Javier, Elisa, Fernando y Nicolás.

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11 julio 2012

Terry


            Me lo trajeron los Reyes en Santander en un reciente viaje para visitar a mis abuelos, padres de mamá. Me han dicho que es un Golden retriever  con poco más de un mes. Muy juguetón como todos los cachorros, pero no sé por qué papá dijo que también muy llorón. El nombre se lo puso mi papá porque así se llamaban los perros de su abuelo de Sevilla que era muy cazador, como mi abuelo Pepe y mi tito Jaime. Con el jaleo de mis hermanos y todos mis primos que vinieron a conocerlo no lo hemos visto enfadado. Ojeándolo todo, olisqueando y husmeando por todas partes; alternando cortos ratos de idas y venidas, de saltos y coscorrones con largos descansos y siestas prolongadas. Cuando papá lo metió en el contenedor para iniciar el viaje de regreso a casa en coche aullaba y ladraba sin parar y temimos que despertara a todos los vecinos de la torre de Cazoña. Al poco tiempo, sin embargo, se mareó y devolvió varias veces y cayó en un sopor que nos permitió relajarnos hasta llegar a Moulins, en Francia, para dormir.

         Después del segundo día de viaje en el que Terry ya no se mareó y hasta comió y bebió un poco de agua, llegamos por fin a nuestra casa de Walldorf (Alemania) donde se adaptará a nuestra vida aquí y nosotros procuraremos que se encuentre a gusto y le enseñaremos las cosas necesarias para poder entendernos.

         Entre mis hermanos, Max y Enrique, y yo tendremos que enseñarle a que haga pis en un mismo sitio y que sea limpio y juegue mucho pero que nos deje estudiar y hacer los deberes. Lo llevaremos a la campa de la Astor Haus para que corra y aprenda a cobrar piezas de conejos y perdices de trapo, para que cuando crezca y vayamos a Sevilla se queden admirados. Lo más difícil será evitar que se meta en la pista cuando juguemos al tenis.


02 julio 2012

Paseo familiar


        
          Aquel domingo nos reunimos con nuestros amigos y decidimos recorrer el Paseo Nuevo y contemplar el mar. Éramos unos cuantos con algunos niños. Hacia la mitad del recorrido pasamos por una zona en la que había una hermosa terraza y algunos insistieron en que nos sentáramos a tomar algo y así descansar un rato. Yo advertí que todas las mesas próximas al mar estaban ocupadas y únicamente había un par de ellas en el centro y además con unas sillas raras, como de medio huevo, que así a primera vista debían ser muy incómodas. No me sirvió de nada ya que todas las señoras, incluso la mía, decidieron lo contrario. Nos acomodamos como pudimos ante la mirada sonriente de quienes estaban a lo largo y sentados además en sillas normales.

         Apareció solícito un camarero y ni qué decir tiene que todos pedimos cosas diferentes. Que si una cola, que si un rioja, que una cerveza o un zumo. Alguien pidió una leche ni fría ni caliente, sin espuma,  y hasta hubo quien solicitó un café americano. Cuando el camarero regresó con todas las cosas mi hijo Moncho, incómodo como los demás, se apoyó en la mesa para conseguir un cambio de postura y salió todo por el aire.  La mamá de Helena creyó que había sido su niña y le dio un azote que la hizo llorar desconsoladamente y devolver  el desayuno,  y se armó la marimorena ante el regocijo disimulado de las personas que ocupaban los lugares periféricos. Tan confuso me sentí que no recuerdo bien cómo acabó todo pero creo que pagamos y nos alejamos de allí con gesto hosco y algunos lamparones en las ropas.