Pequeñas historias, cuentos, anécdotas o relatos para contar a mis nietos. Para: Laura, Elena, Carlos, Irene, Max, Enrique, Javier, Elisa, Fernando y Nicolás.

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25 febrero 2008

La Maleta

Antes era más temida y más deseada la Reválida del Bachillerato. Más temida porque había que trasladarse fuera para el examen y por eso mismo más deseada, pues para todos suponía el primer viaje solos y para casi todos el primer viaje de su vida. Un viaje diferente, para hacer algo importante, para poder decir al regreso que al fin se había terminado el Bachillerato.

En nuestro caso teníamos que trasladarnos a Zaragoza, ciudad universitaria de la que dependía Logroño. El caso es que íbamos en el tren y yo charlaba animadamente con mi amigo Antonio Andrés Castellanos en una de las plataformas, supongo que fumando un cigarrillo, cuando un guardia civil joven nos dijo si podríamos echarle la maleta, pues era evidente que pretendía apearse en marcha. Asentimos joviales, sorprendidos de la expresión que había utilizado y cuando aún estábamos procesando este dato, ya aproximándonos a la estación de Casetas, en la que no se detenía el tren o al menos aquel tren, mientras trazaba un amplio círculo y disminuía la marcha, el guardia abrió la puerta del vagón y se deslizó suavemente al exterior mientras boquiabiertos y paralizados asistíamos a la maniobra. Reaccionamos inmediatamente a los gritos del guardia y con la mayor prudencia empujamos la maleta al exterior, temerosos de que el forzado desequilibrio nos hubiera también lanzado afuera. La maleta se encontró en su trayectoria con una de las columnas del tendido eléctrico y se abrió por completo al caer al suelo. La visión fugaz del guardia braceando amenazante mientras el tren se alejaba a gran velocidad nos persiguió durante mucho tiempo.

Años después comentamos que, conduciendo mi amigo y yo por sitios diferentes y aun en momentos distintos, al pasar por cualquier control de la Guardia Civil el corazón nos golpeaba el pecho al pensar absurdamente por un instante en que la persecución del guardia joven había logrado alcanzarnos.

02 febrero 2008

La Noria

Nunca me han gustado los grandes aparatos de feria, pues no he confiado mucho en los rápidos montajes, casi siempre nocturnos, de estos gigantes móviles llenos de luces, excepto si tienen un sitio fijo, en lo que ahora son los parques temáticos, donde el personal suele estar en su sitio y los mantenimientos se llevan a cabo minuciosamente.

Dos de estos aparatos me horrorizan especialmente: las sillas voladoras y las norias. El primero de ellos desde que, siendo chico, fui testigo en la Glorieta del Dr. Zubía de Logroño de una de esas gamberradas aéreas perpetradas por unos soldados que se dedicaban a asustar a las chicas en las alturas, sujetando sus sillas y haciéndolas girar sobre sí mismas lo que, sumado al movimiento giratorio del carrusel, propició varios mareos y posteriores vómitos que pringaron materialmente un área de unos trescientos metros cuadrados de la zona ferial, manchando a unos de restos de chocolate con churros, a los otros de detritos de vino de cariñena y jugos gástricos y a los más de calamares fritos, champiñones con gamba y hasta embuchados remojados con vinos chapuceros convertidos en vinagre.


Lo de las norias fue mucho más tarde. Siendo mis hijas pequeñas me pidieron que las llevara a las ferias para montarse en la noria, que era uno de los aparatos más llamativos, con una altura considerable. Yo me defendí explicándoles las razones por las que no deberíamos montarnos allí, ofreciéndoles otras atracciones como los coches que chocan, los caballitos, etc. Mi mujer se alió con ellas para que cediera por una vez y les diera gusto. Indiqué que el tiempo no era propicio pues estaba nublado y podría llover, pero no pude convencerlas. Nada más empezar nos subieron a lo más alto para ir llenando de gente las barquillas de nuestros antípodas. Mientras, empezó a llover y por tratarse de una atracción eléctrica decidieron desconectar la fuerza por seguridad. La barquilla tenía un toldillo sin duda muy útil para cuando la lluvia cae verticalmente pero totalmente inútil para una lluvia de costado, casi horizontal. Había ciudadanos que proferían gritos amenazantes y la mayoría se acordaba de su madre, de la del dueño del carrusel. Cuando cesó la lluvia nos fueron bajando, entre estornudos y juramentos, chorreando, y nos fuimos yendo a casa para secarnos y no volver a montar jamás en el odioso tiovivo.