Pequeñas historias, cuentos, anécdotas o relatos para contar a mis nietos. Para: Laura, Elena, Carlos, Irene, Max, Enrique, Javier, Elisa, Fernando y Nicolás.

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23 diciembre 2006

La Espinita

Lo tenía en casa desde siempre. Creo que el original se había malogrado y éste procedía de un esqueje de los de mi madre. Durante años lo veía como secarse en invierno y volver a florecer en primavera.

Espina del Señor


Resultaba vistoso, con sus hojas de un verde intenso y las florecillas rojas, y me parecía un milagro repetido que los tallos espinosos, retorcidos y secos se cubrieran de hojas y de flores. Siempre estaba ahí en la terraza y no supe nunca si se llamaba realmente “la espina del Señor” o lo había bautizado mi mujer por su apariencia, sin relación alguna con la botánica. No me gustaban los cactus ni las plantas espinosas pero requerían pocos cuidados, eso era verdad. Alguna vez leí que era una planta muy venenosa y desde entonces mi mujer la pasaba a casa de una vecina cuando venían mis nietos y la recuperaba después.

Una noche, cerrando la cristalera de la terraza me pinché sin querer. Miré con atención mi dedo índice en el que se había alojado una espinita. Tuve suerte porque la mayoría de las espinas eran aterradoras pero ésta no se dejaba ver. Dedo maltrechoUna manchita negra bajo la piel y un dolor intenso me hicieron reaccionar con prontitud y buscar una lupa, desinfectante y una pinza, pero no tenía suficiente luz y no fui capaz de extraerla. Esperaría a que al día siguiente nos visitara una de mis hijas que era Enfermera y trabajaba en un servicio de urgencias. Me haría una pequeña incisión y me la quitaría. No merecía la pena quejarme por una cosa tan simple, pero mi hija me explicó que resultaba imposible sin disponer de una lupa potente y una luz intensa, que es como se curan las pequeñas astillas en dedos. Me aplicó sin embargo una pomada antibiótica.

A los dos días mi dedo seguía sensible a cualquier tacto y tenía una pequeña mancha circular.Euphorbia miliiNo tendría más remedio que decírselo a mi hija pero esperaría a que se pasara por casa para comentárselo. Era de noche y comencé a pensar en la dichosa planta. Ignoraba cómo sería de activo el veneno y si una ínfima cantidad sería suficiente para producir un daño letal. Recordaba un hecho acaecido muchos años atrás en el que la señora de Escribano, amiga de unos cuñados míos, falleció de manera inesperada y únicamente le encontraron una mancha diminuta en uno de sus dedos, junto a la uña. Sentía palpitaciones en el dedo índice y muy confuso acabé por dormirme. Soñé con plantas selváticas y con el curare con el queEspinita... los indios del Orinoco y la Amazonia impregnaban sus armas de caza y me desperté sudoroso y jadeante. Pero una buena ducha me devolvió a mi estado normal. Recordé que el curare ni siquiera es un veneno por no contener toxina alguna sino que es simplemente paralizador del sistema motor. Contemplé mi dedo dolorido y pensé que llamaría a mi hija. Total, una espinita infectada y nada más.

15 diciembre 2006

El Destacamento

El Teniente Angulo recibió con alborozo la noticia de que había sido destinado con su sección a constituir un destacamento en la islita Alegranza, al norte de la isla de Lanzarote , con aprovisionamiento trimestral en la isla Graciosa.

Aunque estas situaciones suelen ser provisionales, regresando al cabo de algún tiempo a la unidad de procedencia, en este caso su Compañía, la orden por la que la autoridad militar daba cuenta de la decisión de establecer el destacamento por razones estratégicas no

determinaba el tiempo de duración ni la posible rotación del personal militar adscrito a la sección, por lo que el Teniente Angulo se constituyó “sine die” en la suprema autoridad en aquel punto geográfico. Amante de la naturaleza, destacado nadador y submarinista y profesionalmente adiestrado para superar situaciones extremas, contagió a sus hombres su entusiasmo y procedió de inmediato a montar el campamento y establecer las guardias. Redujo la disciplina a la estrictamente inevitable y prescindió del uniforme por razones de comodidad y de ahorro de lavandería.

Los soldados a su mando aprendieron a orientarse y a pescar para comer, a buscar frutos silvestres y a cazar lagartos y conejos sin hacer uso de la munición. Hicieron cientos de pruebas de supervivencia y hasta lograron perforar un pozo para obtener agua potable y no depender del exterior para llenar la cisterna.


Habían pasado ocho meses sin ninguna comunicación con la superioridad cuando, con motivo de un cambio en la Región Militar, el nuevo Capitán General de la misma, tras estudiar la situación de los diferentes acuartelamientos, tropezó casi por azar con el Destacamento de Alegranza y se quedó admirado por el exiguo gasto que
representaba para el Ejército al resultar prácticamente autosuficiente. Dejó los papeles en manos de sus ayudantes y ordenó la visita a aquel destacamento para el día siguiente, lo que suponía un comportamiento atípico ya que los mandos que le precedieron visitaron primero los cuarteles importantes con mucha tropa y se olvidaron de los poco relevantes y aislados.

No dio tiempo, pues, a advertir de algún modo de la importante visita y en el destacamento, por haber disfrutado de una abundante comida a base de marisco, se había relajado la guardia. Cuando el ruido creciente de la lancha rápida indicó que sin duda se dirigía allí, el Teniente Angulo sólo tuvo tiempo de coger sus dos estrellas y pinchárselas en el pecho, presentándose ante el impecable militar superior saludando con un “¡A la orden de vuecencia, mi General!”. Éste devolvió el saludo militarmente, le estrechó después la mano y dio por terminada la visita. El Teniente Angulo siguió aún en posición de firmes mientras divisaba el alejamiento de la lancha y dos hilillos de sangre se deslizaban por su bruñido pecho.

Al día siguiente una nueva lancha rápida atracó en el muelle improvisado. Un Capitán Médico y dos sanitarios esperaron a que el Teniente Angulo se vistiera y diera temporalmente el mando al Sargento Pozuelo para trasladarlo a Lanzarote e iniciar una obligada cura de reposo.

06 diciembre 2006

Un viaje de negocios

Salieron de Walldorf para tomar un par de horas después en Frankfurt un vuelode Luftansa rumbo a Chicago, donde debían hacer escala para enlazar con otro que les llevaría a Springdale, Arkansas. Ambos habían visitado los Estados Unidos en repetidas ocasiones y uno de ellos había estudiado y residido allí durante varios años, pero ninguno de los dos conocía aquella parte. Como era un vuelo largo, y a pesar de los recientes recortes de su empresa en materia de gastos de personal, viajarían en clase preferente. El viaje, de una semana de duración, consistía como tantas otras veces en entrevistas con clientes de aquella zona que habían adquirido un determinado producto informático de su empresa. Escuchar sus explicaciones, resolver sus dudas, tomar nota de sus sugerencias, orientarles técnicamente de posibles ampliaciones y hacer en suma que el producto adquirido funcionara respondiendo a sus necesidades actuales y futuras.
Llegados a Chicago y tras unas horas de espera tomaron un avión ligero hasta el punto de destino. Les sorprendió desde el aire la gran extensión verde de una población que parecía no comenzar en un punto concreto y no terminar en ninguna parte. Esta vez los clientes eran propietarios de granjas avícolas que empleaban a miles de personas y que producían huevos, pollos, muslos, alitas, pechugas y sopas con destino a los mercados de todo el país.

A pesar de las enormes superficies que ocupaban las instalaciones por todas partes, todas las reuniones se celebraron en salas reducidas sin ventanas al exterior y cuando se trasladaron a los locales destinados a oficinas para resolver las dudas de los empleados, éstas estaban ubicadas en lugares incómodos, carentes de espacio, con carpetas y listados amontonados y asimismo sin una sola ventana.

Fue por lo tanto una semana muy dura que les produjo un enorme cansancio. Pero eran jóvenes y estaban preparados para cualquier incidencia, salvo que cuando el microbús del hotel les dejó en el aeropuerto North West Arkansas las condiciones atmosféricas habían empeorado notablemente y se habían prohibido los vuelos a Chicago. La compañía American Airways les recomendó como mejor opción un vuelo a Dallas, Texas, desde donde podrían volar a Chicago al día siguiente, pues habían perdido ya la conexión con su programado vuelo de Luftansa.Ya en Dallas y tras largas discusiones en el mostrador de la American Airways les facilitaron un hotel para pasar la noche y vales para las comidas, pero en el hotel no admitieron los vales ni pudieron hacer uso de sus tarjetas de crédito por lo que agotados y hambrientos, con un par de zumos de frutas que adquirieron con las monedas que les quedaban, afrontaron al día siguiente el viaje desde Dallas a Chicago para enlazar con el ansiado vuelo hasta su destino de Frankfurt.

Se despidieron joviales cuando el taxi que les esperaba les dejó al fin en Walldorf el domingo, sin haber podido disfrutar de un fin de semana relajado, hasta el día siguiente en la sede de su empresa para preparar informes, estudiar datos y esperar un nuevo viaje de negocios.

03 diciembre 2006

El Cochecito

La iglesia de San Julián en Somió estaba radiante aquella mañana de domingo, lo mismo que la recién estrenada primavera, aunque en la Misa temprana no se habían congregado muchos fieles. Los habituales madrugadores, algunos viejecitos, varios excursionistas y mi papá que me acompañaba.

Estaba empezando la comunión y yo estaba en la fila cuando un ronroneo mecánico me distrajo de mi recogimiento y volví la cabeza. Una señora mayor muy risueña, en una silla de ruedas eléctrica, se dirigía por el pasillo central hacia el altar a una velocidad poco adecuada que hizo replegarse a la fila de comulgantes a los asientos laterales, con el consiguiente desconcierto al temer ser atropellados en aquel santo lugar.

Al ronroneo inicial le sucedieron diversos chasquidos cada vez que el pequeño vehículo cambiaba de dirección, perdido el control por su alborozada conductora que pulsaba los mandos sin lógicas secuencias, y dando varias vueltas sobre sí mismo hacía imposible situarlo al pie del altar.

El sacerdote saltó hacia atrás casi con la misma prontitud que el monaguillo, que soltó la bandeja refugiándose entre el sorprendido personal.


El cochecito daba vueltas y cambiaba de repente el sentido de su marcha sin que nadie se atreviera a interponerse en su camino. Pero lo que más me extrañaba era que la señora, en vez de mostrar un semblante despavorido, se reía nerviosa como quien se asusta en una atracción de feria.

Se había interrumpido la comunión y todos mirábamos boquiabiertos las idas y venidas vertiginosas del dichoso cacharro que dio aún varias pasadas, empujando otra vez a la gente contra los bancos, hasta que por fin detuvo su loca carrera y quedó varado y silencioso al final del templo, lo que aprovechó el sacerdote para acercarle allí mismo la comunión y los fieles recobraron su gravedad, volvió a formarse la fila, se escucharon de nuevo los piadosos cánticos y se terminó la Misa sin mayores incidentes.