Pequeñas historias, cuentos, anécdotas o relatos para contar a mis nietos. Para: Laura, Elena, Carlos, Irene, Max, Enrique, Javier, Elisa, Fernando y Nicolás.

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06 marzo 2013

Cambio de identidad



       Cuando me jubilé caí en la cuenta de que no era nadie. No es que antes hubiera sido alguien importante pero durante años había trabajado como interventor o jefe de administración y control presupuestario o, como se dice ahora, controller.


         Los empleados de banca jubilados eran muy apreciados en las comunidades de vecinos y  se valoraba su disposición a administrar los bienes de los demás. Los ingenieros y los arquitectos eran asimismo bien recibidos pues, en las futuras obras de mantenimiento y reparaciones indudables que sufrirían los edificios gozarían de la estima generalizada por sus sabias y ponderadas opiniones y aportaciones técnicas. Incluso los comerciantes y los profesores por su garantía como  personas asentadas y probas que darían atractivo a futuros compradores de las viviendas. Pero cualquiera desconfiaría de un individuo cuya misión laboral no se entendía bien y que, además, la hubiera ejercido en la industria del tabaco.


         Mis amigos jubilados seguirían siendo veterinarios o  transportistas o maestros  pero yo no era nada, absolutamente nada. Y no podría resistirme a ser un paseante anónimo, inspector virtual de las obras municipales; transeúnte sin destino, ensimismado y disminuido, con la autoestima por los suelos. Tendría que aventurarme en un cambio radical, en un proyecto ilusionante que me mantuviera ocupado y jovial. Y durante varios días fui evocando mis antiguas disposiciones frustradas por los planes contables. Recordé que de joven destacaba en las clases de dibujo y poseía destreza para captar parecidos. Compraría pinceles y colores y aprendería a preparar bastidores y lienzos. No necesitaría vivir de ello. Disfrutaría de total libertad y podría olvidar así mi antigua vida profesional estéril.



Estaba decidido. Sería pintor. Pintor por encargo. Retrataría a toda la familia y colmaría de actividad creativa ese futuro imperfecto y la vida me sonreiría. Disfrutaría reproduciendo plátanos y naranjas, ciruelas y cerezas. Ejecutaría refrescantes marinas y cielos encendidos y dedicaría la mayor parte de mi tiempo a los retratos cambiantes de mis nietos.

         Encargaría unos tarjetones que dijeran más o menos: