Pequeñas historias, cuentos, anécdotas o relatos para contar a mis nietos. Para: Laura, Elena, Carlos, Irene, Max, Enrique, Javier, Elisa, Fernando y Nicolás.

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16 diciembre 2009

Mi Primo Antonio

Como hijo de Guardia Civil, mi primo Antonio hizo la Mili voluntario junto a su hermano Teodoro en el Instituto Armado. Vivía en la calle Vírgen del Carmen y yo recordaba que un vecino suyo al poner una plaquita en su puerta donde habría de leerse “Sres. de Uridi”, dio tal martillazo sobre la placa que le saltó el esmalte de la palabra “Sres.” y hubo de disimular el desconchón con un papel engomado con la omitida abreviatura. En la vida civil fue cortador camisero y encargado de un comercio exclusivo situado en el mismo centro de San Sebastián.
Sólo se vendían camisas a medida, corbatas, pañuelos y otros complementos para hombres. Y recuerdo que por aquel entonces ganaba tres mil pesetas al mes y le pagaba el dueño cien pesetas todos los días. Llevaba una vida tranquila y sin pretensiones cuando un viejo representante de comercio, muy conocido suyo, le comentó que le había recomendado a un amigo que estaba a punto de fundar una empresa de materiales para la construcción. Mi primo Antonio le agradeció mucho su interés pero declinó la pintoresca oferta porque era lo más alejada de su formación laboral. A los dos días le llamó el propio empresario citándole para una charla amistosa. Tendría que sacar el carnet de conducir pues habría de moverse entre distintas obras. Le doblaría el sueldo y obtendría comisiones sobre las ventas que le permitirían contemplar un futuro ilusionante. Cuando le comentó a su jefe que dejaría el trabajo pasado un tiempo porque pensaba embarcarse en un proyecto nuevo le dijo de todo. Pero ya la idea de más actividad y movimiento había prendido en él. Acudía a una academia para conductores y se empapaba en el estudio de catálogos y técnicas de ventas de grúas torre, hormigoneras y otros materiales. De su anterior apatía había pasado a mostrar su simpatía natural y su gran habilidad de vendedor.

Su nueva empresa se llamaba “Forward!”, algo así como “¡Adelante!” según mis conocimientos del Inglés. Un día me vio salir de la Tabakalera y detuvo y aparcó su flamante Renault 4 para tomar un chiquito en el “Eguía” y contarme anécdotas de su nueva vida. Le pregunté por el nombre tan raro de su empresa y me explicó los motivos que habían llevado a su jefe a llamarla así. Era muy aficionado al cine de acción y un día presenció fascinado la película “Tres lanceros bengalíes”, en la que el 41 Regimiento británico de Bengala luchaba en el norte de la India contra las tribus de Mohammed Khan. Cuando el teniente McGregor, interpretado por Gary Cooper, arremetía sable en mano contra los numerosísimos insurrectos al grito de “Forward!”, le causó tal impacto, tan honda emoción, que decidió si algún día ponía un negocio bautizarlo con aquella palabra prodigiosa

02 agosto 2009

ANTONINO

Quiero hacer un homenaje a mi abuelo Antonino Sáenz-Díez Moreno. Ni siquiera mi padre lo conoció, porque cuando tenía cuatro meses y seis hermanos lo mataron a traición tras una leve discusión de trabajo. Tenía cuarenta años y trabajaba como carretero en la empresa de coches de viajeros de Valluerca y Compañía, en Torrecilla en Cameros (La Rioja), de donde era natural. Había conducido durante años los coches de Villanueva, por lo que era muy conocido en Cameros. Pero aquel 16 de diciembre de 1906, frío y oscuro a las cinco de la tarde, cuando intentaba otear la carretera ascendente por la que llegaría Víctor, el mayor de sus hijos, conduciendo la diligencia, Baldomero Mena lo mató por la espalda golpeándole en la cabeza con una “madrina” de coche.

Su muerte hizo que mi abuela Mª Santos López Barrio, una mujer valiente que de soltera había vivido en Sevilla en un ambiente desahogado junto a su hermano Plácido y su cuñada, se bajara a Logroño con Víctor, Eusebio, Toribia, Florentino, Felisa, Antonia y Jacinto, buscando otros horizontes para ellos y alejándose del lugar donde el odio y el rencor harían ya imposible vivir.

 
Obsesionado siempre con estos hechos, he tenido la suerte de indagar y descubrir los viejos diarios de “La Rioja” donde se reflejaban primero los sucesos luctuosos y el vergonzoso juicio que siguió después. Las primeras manifestaciones espontáneas son más fiables que los posteriores apaños. Y así en el diario en el que se daba cuenta de lo ocurrido se dice que “entre ellos no había resentimiento alguno, pero tuvieron una pequeña cuestión que pareció apaciguarse”. Para justificar lo injustificable el propio fiscal sostuvo la atenuante de no haber tenido la intención de causar un mal tan grave. Y el abogado señor Muñoz mantuvo que el hecho no constituía delito alguno por haber actuado el procesado en legítima defensa. Y hasta los peritos médicos, Cayetano Melguizo, Eduardo Orío y Félix Martínez Val, diagnosticaron que la rotura de la arteria media meníngea podía haber sido producida por otras causas y no necesariamente por el golpe asestado. Los testigos se mantuvieron firmes sin embargo en que se trató de una agresión y el Jurado afirmó la culpabilidad del procesado al que se condenó a la pena en su grado mínimo de seis años y un día de prisión mayor y 2.000 pesetas de indemnización, pues todos los juzgadores estuvieron de acuerdo en aplicar las atenuantes.

13 junio 2009

La Carta Tonta


No sé si habréis recibido alguna vez una carta tonta, pero yo acabo de recibir una de mi Caja en la que pierden el tiempo comunicándome que dispongo a fecha de hoy de 41 puntos acumulados por compras, y me explican que 1 punto supone 1 céntimo de euro y que, por lo tanto, me he hecho acreedor a 41 céntimos que podré canjear en los comercios asociados a este invento, que ha creado la solemne tontería y que ha originado gastos elevadísimos de imprenta, propaganda, emisión de tarjetas y reuniones múltiples, amén de convencer a comerciantes probos y conseguir la participación del Gobierno de la Comunidad.


Me disponía a patear mi tarjeta cuando recibo una nota aclaratoria diciendo que figuraron 41 puntos cuando realmente fueron 1.041 ¡Eso es otra cosa! Al menos no quedaré como un roñoso, pues se ve que he consumido moderadamente. Pero voy a prescindir de mi tarjeta para que mi Caja no se complique la vida, me premie tan generosamente y me tenga que enviar otra carta tonta.


Publicado en: "Más cuentos para sonreir", libro recopilatorio de los relatos seleccionados del II Premio Algazara de Microrrelatos de Editorial Hipálage.

01 mayo 2009

Piedras

Sabine Hellmer, la prestigiosa novelista alemana, salía del Hotel Cristina buscando el sol y la luz fulgurante del mediodía para acceder, cuesta arriba, por la calle Real hasta la Plaza Alta, donde ocuparía una mesa entoldada en una cafetería para llenar sus cuartillas, ante una o dos copas de “Tío Pepe” con sus tapas abundantes. Era ya una mujer más que madura, con un rostro arrugado y un atuendo discutible que la identificaba como extranjera.

Residía largas temporadas en el Hotel hasta que las lluvias otoñales la obligaban a volver a su casa junto al Rhin. Tenía un gesto displicente tras sus lentes diminutas que solía cambiar en una mueca que quería ser sonrisa cuando la atendían las camareras o los encargados, pero no era puntillosa ni se quejaba inútilmente. Salía un par de veces del Hotel, después de su desayuno continental y a media tarde para recorrer las callejuelas próximas al puerto y los bares estrechos, para poder observar con interés a la gente variopinta que en ellos se albergaba. Llevaba un bolso grande en bandolera que algún menguado inculto le arrebató con violencia y gracias a la intervención decisiva del director del Hotel ante la policía se abortó un conflicto serio con Alemania al devolverle casi inmediatamente su pasaporte y todas sus pertenencias menos el dinero. Pero ese altercado enojoso debió marcarla sin duda pues en días sucesivos reanudó sus salidas peligrosas con su bolso en bandolera, aunque en el Hotel se aseguraba que sólo lo llevaba lleno de piedras y se volvió a su país sin que hubieran vuelto a robárselo nunca más.


23 abril 2009

La Lectora Intermitente

Tomé en Mercat de la Guineueta el autobús de la línea 47, como todos los días, para dirigirme a la Pl Catalunya. A esa hora hasta podía sentarme y enfrascarme en mi periódico. Era la primera diversión del día y disfrutaba así del largo trayecto y casi en su término, llegando a la parada de Bruc-Còrsega, observé a una señora dispuesta a apearse. Tal vez otros días yo iría distraído con mi lectura y no habría reparado en ella. De mediana edad, con hermosos ojos azules y una figura admirable, llevaba en la mano un librito bien encuadernado y se quitaba unas gafas que aún mejoraban su atractivo.
Al día siguiente repasé con la vista los viajeros y al descubrirla tuve que cambiarme dos veces de asiento para aproximarme a ella, pero cuando intentaba intuir qué tipo de lectura atraía su atención se quitó las gafas y se puso en pie para apearse en Bruc-Provença, la parada siguiente en la que lo hizo el día anterior.

El miércoles ya no desplegué el periódico y a pesar de mis argucias por acercarme conseguí únicamente cerciorarme de que leía poesía, dada la disposición de las páginas de su libro. Habíamos rebasado ya las paradas de los dos días anteriores y pensé que se le habría olvidado apearse en su sitio, pero con aplomo guardó sus gafas y se dispuso a bajar en Bruc-Aragó.
Pasé el resto del día pensando si leería a Bécquer, a Machado, a Salinas, a Lorca, a Hernández o a Neruda. O tal vez le interesasen San Juan de la Cruz o Santa Teresa. O se inclinaría por Verdaguer, Guimerá o Maragall. ¡Cómo me gustaría llegar a ver el título de su libro! Pero tuve que esperar al jueves para tratar de resolver mis dudas. Al localizarla en el autobús la vi más radiante todavía, tocada con una boina ladeada de color marrón. La dejé pasar y me embelesó su sonrisa de gratitud, pero sólo pude cerciorarme de que realmente leía un libro de poemas. Era imposible distinguir su contenido pues los textos tenían una letra muy pequeña que le obligaría a servirse de sus gafas. Para mi sorpresa se apeó en Bruc-Gran Via. Me consumía la curiosidad pues a medida que transcurrían los días se apeaba cada vez en una parada más próxima al final del recorrido.

El viernes la descubrí alborozado llevando un impermeable rojo charol y decidí pasar adelante para contemplar su hermoso rostro de lectora inteligente, aunque yo fuera de pie y sin intentar ni siquiera leer los titulares de las noticias. Según mis suposiciones, dejó pasar las paradas de Bruc y por tanto se apearía en la de Pl Urquinaona, pero me equivoqué y se apeó conmigo en la de Pg de Gràcia-Rda Sant Pere. Al descender se le cayó su libro y me precipité a recogérselo del suelo mojado a pesar de mi lumbago. Mientras lo secaba con mi bufanda para ofrecérselo impoluto leí al fin el título: "Rutes Transports Metropolitans de Barcelona". Y al incorporarme tuve ante mis ojos la graciosa chapita que desde lejos creí siempre un adorno y que leí con avidez: Magdalena Puig – Inspectora TMB”.
Este relato ha participado en la 3ª Edición del concurso de relatos cortos de TMB organizado por Transports Metropolitans de Barcelona.

Entrada reeditada el 26/04/2008.

26 marzo 2009

Cuatro Estrellas

El magnífico hotel de finales del siglo XIX y de estilo colonial inglés había conocido momentos de gran esplendor al gozar primero de una clientela aristocrática, distinguida y fiel y luego de importantes hombres de negocios, profesionales y técnicos de alto nivel, gracias al aumento constante de las obras y actividades portuarias en el enclave privilegiado del Estrecho de Gibraltar.


Desde épocas pasadas el hotel ofrecía ya comodidades poco habituales como pistas de tenis, piscina cubierta, gimnasio, biblioteca o campo de golf y sus frondosos y cuidados jardines subtropicales con gran cantidad de altas palmeras y mullido césped añadían ese todo de placidez tan solicitado por los clientes.

Pero en los comienzos de los setenta llegó a ser problemático mantener la ocupación de sus más de cien habitaciones y la dirección decidió apostar por un cambio y democratizar el tipo de clientela por otra si no tan exclusiva no menos pudiente y consideró las posibilidades emergentes de la tercera edad, con sus constantes desplazamientos en busca de sol, diversión moderada y buena comida. El ambiente selecto que ofrecía el hotel y su historia de tantos años, con un personal muy especializado y estable, contribuiría con seguridad a lograr los objetivos.

Así, las agencias europeas ofertaron viajes para personas mayores en un ambiente de lujo y distinción y comenzaron a llegar los primeros autobuses procedentes de los aeropuertos próximos, con personas muy joviales dispuestas a disfrutar de la vida y del clima suave tan diferente del de sus países de origen.

Los salones se vieron ocupados otra vez y se animaban las tertulias y los juegos y volvieron a escucharse las músicas bailables hasta la madrugada y el bar rebosaba de alegres bebedores sonrientes y dicharacheros.

Sin embargo, el uso inmoderado de las bebidas, las comidas copiosas y el consumo no recomendado de ostras y almejas o la novedad del pez espada ahumado, de alto contenido en mercurio, habían contribuido a aumentar considerablemente el trabajo del médico del hotel, e inevitablemente, cada fin de semana, se producía algún óbito, lo que acabaría generando una imagen muy negativa para los intereses de la compañía hotelera.

Había que actuar con total discreción y se dispuso un protocolo para aislar en lo posible la parte luctuosa del general ambiente festivo, por lo que una vez surgido un problema de este tipo se personaba el Médico que certificaría la defunción y se trasladaría al extinto a una habitación del piso bajo, con vestíbulo para el posible duelo, y en zona totalmente separada del paso del personal. El apuesto Jefe de Recepción, con personal de toda confianza se encargaría de disponer el traslado, así como de confortar a la viuda o allegados y proponer las ayudas de todo tipo, aunque la parte más delicada estaría por venir, pasadas las veinticuatro horas de rigor y siempre de noche, avisados oportunamente el responsable de la funeraria y el retén del cementerio. El citado señor y sus colaboradores se pasearían por los jardines esperando a que todas las luces de las habitaciones se apagaran y es cuando el desgarbado funerario haría su aparición con su motocarro y la caja. Parece mentira que no dispusiera de un vehículo más silencioso y amplio para tamaño cometido, pero esto es lo que había.

Apagadas las luces y bajo las sombras protectoras de la espesura se abría el balcón de hierro forjado y se deslizaba al finado, no sin esfuerzo, hasta el césped, introduciéndolo luego en la caja dispuesta junto a él. Después, entre todos, colocaban la caja en el motocarro y con el característico petardeo del vehículo, seguido por el “seiscientos” del Jefe de Recepción, iniciaban su fúnebre marcha hasta la morada definitiva del malogrado cliente.



(Imágenes de Cádiz Turismo)

26 enero 2009

Primeras filas

A pesar de los avances de los modernos tiempos a Fermín le seguía gustando el Circo y no se cansaba de acudir a las ferias de las ciudades que visitaba. Siempre había ido a los asientos altos de general, que eran un poco incómodos y hasta peligrosos para acceder a ellos, pero eran los más baratos y se disfrutaba de la vista completa de la pista. Pero un buen día su jefe, que conocía su afición, le regaló una entrada de primera fila para un circo que se anunciaba a bombo y platillo. Traía animales salvajes como atracción principal, pues apenas se ven por los costes que acarrean de transporte y manutención y suelen sustituirse por payasos no muy afortunados que entretienen y atraen a los niños. No, donde esté un buen domador que mantenga a raya con su látigo a varias fieras a la vez que se quiten otros números.

Ignoraba el pobre diablo que hay que tener mucha sangre fría para sentarse impávido junto a la pista y no ser objeto de befa para los payasos poco profesionales, a los que resulta más fácil provocar la risa de la gente ridiculizando a cualquier espectador. Tuvo además la poca fortuna de elegir una indumentaria inadecuada y bastante llamativa pues se puso unos pantalones rojos y una corbata del mismo color y fue requerido por el mago ilusionista que le troceó la corbata y se la devolvió luego de color amarillo para que “no pareciera que era un pimiento”. Pero todo lo soportó con resignación hasta que anunciaron la próxima aparición de las fieras.

Siempre le sorprendía la gran cantidad de acomodadores que pulverizaban sustancias odoríferas para neutralizar las exhalaciones animales, pero a los pocos instantes de aparecer los elefantes el ambiente se hacía irrespirable pues sus emanaciones deletéreas provocaban las náuseas de la concurrencia. Pero cuando se presentaron las seis leonas y el hermoso ejemplar de león africano la gente comenzó a cambiar de color y varias señoras enjoyadas se levantaron con prisas, presas de atroces arcadas, incapaces de soportar la función ni un momento más. Los hombres, por vergüenza, mantenían el tipo con caras marcadas por el asco.


Fermín ya no sería el mismo pues la repugnancia le impidió valorar la actuación de los domadores, haciendo de la función un revulsivo que le alejaría de las pistas en el futuro.