
Vivíamos en Plasencia y todos los días a media tarde bajábamos una cuesta para llegar a la plaza, animada de bares y comercios. Justo al terminar la misma y en el momento de torcer para desembocar en la parte llana nos tropezábamos con docenas de reclutas que volvían del paseo, cuesta arriba, en dirección a los cuarteles, y todos me iban saludando militarmente al cruzarse con nosotros. Yo les contestaba con un gesto cortés y mi mujer, que obviamente no había hecho la Mili, me recriminaba porque no lo hacía a la manera militar, correspondiendo a sus marciales saludos, y siempre tenía que decirle que no podía,
ya que no llevaba gorra.
Decidí al fin prescindir de las hombreras, y la prenda perdió su prestancia, aunque evitó así los saludos generalizados, que quedaron reducidos a quienes recién doblada la esquina se tropezaban conmigo, sin tener tiempo de poder analizar mi posible jerarquía.
Decidí al fin prescindir de las hombreras, y la prenda perdió su prestancia, aunque evitó así los saludos generalizados, que quedaron reducidos a quienes recién doblada la esquina se tropezaban conmigo, sin tener tiempo de poder analizar mi posible jerarquía.
Entrada reeditada el: 26/04/2009
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