Es
un sistema aplicado con éxito en la industria del ocio, principalmente en la
hostelería. Usted se va de vacaciones con su familia a un enclave turístico de
clase, paga por adelantado determinados servicios que le permiten no andar todo
el tiempo con la cartera en la mano o con la Visa y se despreocupa de todo lo
demás, apareciendo en los puntos de consumo como un hombre rico y despreocupado
que puede, en cualquier momento, pedir un champagne o un zumo de esos de cuyas
copas sobresalen los adornos florales sin más que exhibir una leve pulsera
otorgada por el complejo hostelero.
La oferta, sin embargo, de este método aplicado a otros
negocios puede adquirir tintes mucho menos festivos pero no menos
sorprendentes.
Uno de los seguros que conservo desde tiempo inmemorial es el combinado de decesos y accidentes. Me
llamaron hace poco para informarme de ciertas mejoras en los servicios y acudí
acompañado de una de mis hijas que, por su condición de enfermera, afronta
estos temas con naturalidad y sin aspavientos. Se trataba de entregarme unas
tarjetas con ciertas ventajas para asistencias en viajes, asesoramientos
jurídicos o tratamientos dentales. Nada de lo que habíamos imaginado. Pero ya
que estábamos allí quisimos indagar la situación de mi póliza tantos años
mantenida y renovada. Me preocupaba si, llegado el momento, las prestaciones
contratadas estarían, sin pasarme ni quedarme corto, dentro de lo aceptable. El
empleado, un hombre joven y de fuerte complexión, nos indicó que estaba “todo incluido”
y que, por mi fidelidad a la empresa, era merecedor de la categoría superior
con toda clase de extras. Contesté que me quedaba muy tranquilo y mi hija
soltó: “¡Ay, papá, te van a llevar en carroza!”. Y el fornido empleado, colorado, soltó una
carcajada que relajó su semblante lastimero y profesional. Salimos a la calle
riéndonos también pero tranquilos al saber que estaba “todo incluido”.