La
señorita Isabel Ruiz Aparicio estudiaba en un prestigioso colegio de
Valladolid. Su hermano Paterniano vivía en el pueblo, en Ampudia (Palencia), y
su hermano Teótimo, jesuita, era capellán de la Parroquia de Gubat, en Sorsogon
(Filipinas) y, desde lejos, asumía la educación de su hermana y hasta le tenía
concertada una próxima boda con un joven empresario de buena apariencia y
futuro prometedor. Ella llevaba en su devocionario un retrato del mozo al que
se iba acostumbrando a ver.
Las vacaciones al final de curso
torcerían, sin embargo, los propósitos del sacerdote al aceptar su hermana los
requiebros de Rodrigo que, adornado con bigote prusiano, buen jardinero y
hortelano y recién licenciado del ejército, se disponía a trasladarse a Logroño
para trabajar en la fábrica de tabacos, lo que le añadía aún más atractivo ante
las chicas casaderas.
Rodrigo tenía una hermana en Ampudia y
su otro hermano, Raimundo, era sacerdote agustino y, como licenciado en
filosofía, profesor en los Reales Colegios Alfonso XIII y Universitario de
María Cristina, ambos en San Lorenzo del Escorial.
Teótimo dio al fin su bendición a la
elección de Isabel y después de la boda vivieron en Logroño, en la calle del
Mercado, “Portalillos” 11, al lado mismo de La Redonda. Ella trabajó de
cigarrera y él llegó a ser Portero 1º. Tuvieron tres hijos: Santiago (que fue
mecánico conductor de máquinas y se casó con Mary Moreno antes de su traslado a
la fábrica de Madrid), Emiliano (que también ingresó en la Compañía Arrendataria
de Tabacos y se casó con Angelita Sáenz), y Magdalena, mi madre, que se casó
con Jacinto, chófer de la familia Jalón y que cuando murieron los señores dejó su
profesión para ingresar también en la fábrica. Cuando falleció mi abuela
Isabel, Rodrigo vivió siempre en nuestra casa y aunque yo era muy pequeño
recuerdo las visitas de mi tío Raimundo desde El Escorial y los chuches que
siempre me traía.
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Mi abuelo Rodrigo cuidaba también el jardín de la vivienda del jefe de la fábrica en el Castillo Dolores y me trasmitió el conocimiento de las plantas y la emoción por contemplar el cielo en las noches estrelladas en verano. Me relataba los sabores y los paisajes de su amada Tierra de Campos, con aquellos nombres tan evocadores como Osorno, Villamuriel, Ampudia, Frómista y sus aromas de orégano.
Siento que no viera a los nietos que siguieron su tradición tabaquera, como Angelines y su marido Juan Manuel, o Miguel-Angel que fue consejero laboral, o yo mismo, interventor, o que su biznieto Carlos sería director en la fábrica de un lugar tan lejano donde también vivió su cuñado Teótimo hasta su muerte violenta en las revueltas de los tagalos.