Cuando me jubilé caí en la
cuenta de que no era nadie. No es que antes hubiera sido alguien importante
pero durante años había trabajado como interventor o jefe de administración y control
presupuestario o, como se dice ahora, controller.
Los empleados de banca jubilados eran
muy apreciados en las comunidades de vecinos y se valoraba su disposición a administrar los
bienes de los demás. Los ingenieros y los arquitectos eran asimismo bien
recibidos pues, en las futuras obras de mantenimiento y reparaciones indudables
que sufrirían los edificios gozarían de la estima generalizada por sus sabias y
ponderadas opiniones y aportaciones técnicas. Incluso los comerciantes y los
profesores por su garantía como personas
asentadas y probas que darían atractivo a futuros compradores de las viviendas.
Pero cualquiera desconfiaría de un individuo cuya misión laboral no se entendía
bien y que, además, la hubiera ejercido en la industria del tabaco.
Mis amigos jubilados seguirían siendo veterinarios
o transportistas o maestros pero yo no era nada, absolutamente nada. Y no
podría resistirme a ser un paseante anónimo, inspector virtual de las obras
municipales; transeúnte sin destino, ensimismado y disminuido, con la
autoestima por los suelos. Tendría que aventurarme en un cambio radical, en un
proyecto ilusionante que me mantuviera ocupado y jovial. Y durante varios días
fui evocando mis antiguas disposiciones frustradas por los planes contables.
Recordé que de joven destacaba en las clases de dibujo y poseía destreza para
captar parecidos. Compraría pinceles y colores y aprendería a preparar
bastidores y lienzos. No necesitaría vivir de ello. Disfrutaría de total
libertad y podría olvidar así mi antigua vida profesional estéril.
Estaba decidido. Sería pintor. Pintor por encargo.
Retrataría a toda la familia y colmaría de actividad creativa ese futuro
imperfecto y la vida me sonreiría. Disfrutaría reproduciendo plátanos y
naranjas, ciruelas y cerezas. Ejecutaría refrescantes marinas y cielos
encendidos y dedicaría la mayor parte de mi tiempo a los retratos cambiantes de
mis nietos.