Mi hermano Carlos sufrió un ictus y gracias a
sus reflejos para interpretar lo que le estaba pasando advirtió inmediatamente
la conveniencia de acudir a las urgencias de un gran hospital.
Foto: Rastrojo - Wikimedia Commons
El caso es que uno de los síntomas aparecidos por la súbita
enfermedad fue la dificultad de expresarse con palabras y para someterse a
diversas exploraciones era conducido, encamado, por un celador hasta el lugar
en el que lo dejó solo para hacer otras diligencias. Durante la larga espera le
fueron entrando cada vez más ganas de orinar y por aquel sitio transitaba muy
poca gente, a excepción de personal sanitario con sus batas y pijamas a los que
mi hermano se dirigía lastimero con su jerga incomprensible y ellos lo miraban
con ojos neutros y seguían su camino.
Cada vez más desesperado intentaba captar la atención de los
sorprendidos sanitarios que de tarde en tarde cruzaban por allí hasta que, por
fin, pudo asir del pijama a una auxiliar que pasó muy cerca de su cama, no sé
cómo se hizo entender y lo trasladó a un lugar próximo donde le facilitaron los
medios para que su angustia se disipara y pudiera esperar pacientemente las
pruebas pertinentes.