Me lo trajeron los Reyes en
Santander en un reciente viaje para visitar a mis abuelos, padres de mamá. Me
han dicho que es un Golden retriever con poco más de un mes. Muy juguetón como
todos los cachorros, pero no sé por qué papá dijo que también muy llorón. El
nombre se lo puso mi papá porque así se llamaban los perros de su abuelo de
Sevilla que era muy cazador, como mi abuelo Pepe y mi tito Jaime. Con el jaleo
de mis hermanos y todos mis primos que vinieron a conocerlo no lo hemos visto enfadado.
Ojeándolo todo, olisqueando y husmeando por todas partes; alternando cortos
ratos de idas y venidas, de saltos y coscorrones con largos descansos y siestas
prolongadas. Cuando papá lo metió en el contenedor para iniciar el viaje de
regreso a casa en coche aullaba y ladraba sin parar y temimos que despertara a
todos los vecinos de la torre de Cazoña. Al poco tiempo, sin embargo, se mareó
y devolvió varias veces y cayó en un sopor que nos permitió relajarnos hasta
llegar a Moulins, en Francia, para dormir.
Después del segundo día de viaje en el que Terry ya no se
mareó y hasta comió y bebió un poco de agua, llegamos por fin a nuestra casa de
Walldorf (Alemania) donde se adaptará a nuestra vida aquí y nosotros
procuraremos que se encuentre a gusto y le enseñaremos las cosas necesarias
para poder entendernos.
Entre mis hermanos, Max y Enrique, y yo tendremos que
enseñarle a que haga pis en un mismo sitio y que sea limpio y juegue mucho pero
que nos deje estudiar y hacer los deberes. Lo llevaremos a la campa de la Astor
Haus para que corra y aprenda a cobrar piezas de conejos y perdices de trapo,
para que cuando crezca y vayamos a Sevilla se queden admirados. Lo más difícil
será evitar que se meta en la pista cuando juguemos al tenis.