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Estaba el primero en una cola de varias personas y mientras las otras ventanillas atendidas por mujeres permanecían abiertas y atendiendo al público la suya seguía cerrada, a pesar de adivinarse al otro lado a un funcionario de bigote estrecho y gesto displicente leyendo un periódico. Samuel miró a ambos lados, bajó la cabeza y entornó los ojos, cerró los férreos puños y atravesó el leve cristal alcanzando en plena cara al funcionario que, aterrorizado y sangrando por la nariz era zaherido a coro por sus compañeras que aplaudían el que alguien, por fin, le hubiera dado una lección, mientras el guarda de seguridad esposaba a Samuel para calmarlo y le acompañaba hasta la puerta de la calle dejándole que se fuera porque el funcionario agredido se había negado a presentar denuncia o reclamación alguna.
En otra ocasión, en un Centro de Salud, un médico le extendió una receta y aunque él le advirtió que no era esa la medicación que venía tomando y ante la postura intransigente del doctor, se dirigió a la farmacia y cuando allí le confirmaron que no era esa la medicina que él tomaba, volvió como una flecha a la consulta y aunque se le advirtió que estaba ocupado le replicó a la enfermera que si no salía entraría él a sacarlo y temblarían hasta los cimientos. Como a pesar de sus bravatas no acababa de salir, abrió la puerta de un empujón y pegó tal puñetazo sobre la mesa que las recetas volaron por los aires mientras asustado y pálido el médico en cuestión extendía con letra aun más ilegible la prescripción correcta que desde el principio se le había sugerido.
En otra ocasión, en un Centro de Salud, un médico le extendió una receta y aunque él le advirtió que no era esa la medicación que venía tomando y ante la postura intransigente del doctor, se dirigió a la farmacia y cuando allí le confirmaron que no era esa la medicina que él tomaba, volvió como una flecha a la consulta y aunque se le advirtió que estaba ocupado le replicó a la enfermera que si no salía entraría él a sacarlo y temblarían hasta los cimientos. Como a pesar de sus bravatas no acababa de salir, abrió la puerta de un empujón y pegó tal puñetazo sobre la mesa que las recetas volaron por los aires mientras asustado y pálido el médico en cuestión extendía con letra aun más ilegible la prescripción correcta que desde el principio se le había sugerido.